Opinión

El espía de Estremera

No es José Manuel Villarejo el primero que espía, manipula, amenaza y chantajea a lo largo y ancho de la historia, como tampoco es Iñaki Urdangarín el primer que se beneficia de una situación ventajosa como miembro de la Familia Real y se hace millonario. A mediados del siglo XIX, Fernando Muñoz, duque de Riansares y  segundo esposo de la reina gobernadora María Cristina de Borbón, se lo llevó a puñados especulando con el ferrocarril, el ladrillo y otras muchas facetas del negocio, lo que le permitió amasar una fabulosa fortuna valiéndose de su situación en la Corte para acceder a información privilegiada. Prácticas fraudulentas, precios ventajosos, nula competencia, extorsión y lo que hiciera falta usó este sinvergüenza antiguo guardia de corps que enamoró a la soberana y se convirtió en un consorte ávido de riquezas y de todo punto insaciable. Cristina de Borbón fue la última esposa del rey Fernando VII y madre de la futura reina Isabel II, y el pueblo de Madrid decía que había enviudado de aquel malnacido para casarse con un Fernando VIII que era incluso peor.

Villarejo es un sujeto siniestro cuya presencia misma estremece, si bien tuvo grandes maestros en muchos de los pasajes más oscuros de nuestra historia. Podría haber hecho carrera en los favorables tiempos del marqués de la Ensenada, que se vanagloriaba de contar con la mejor red de espías y confidentes de todos los países de la Europa de su tiempo, o podría haber servido al truculento Luis González Bravo, individuo miserable cuya manera de manejar los asuntos de Estado consiguió convertir en ursulina al mismísimo general Narváez, al que este indeseable sirvió y acabó sucediendo en sus altas magistraturas. González Bravo acabó militando en el carlismo desde el exilio, al que también se marchó con los bolsillos bien colmados.

Villarejo está en la cárcel de Estremera a la espera de juicio acusado de un largo abanico de delitos relacionados con las sentinas más turbias y torvas del Estado. Ahora sabemos que también espió a Rajoy, además de Garzón del que se decía amigo íntimo. Cuando toque, en lugar de decir a los que espió acabamos antes enumerando aquellos a los que no ha expiado. Del rey abajo, debió espiarlos a todos. Incluyendo al Emérito y sus noches locas.

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