Opinión

El método imperfecto

No existen muchos métodos honrados para cargarse a un dictador, ni los pasajes históricos que nos ilustran al respecto nos proporcionan otros sistemas, bien irreprochables o al menos justificables para hacerlo. Las experiencias vividas anteriormente indican que el más extendido es el de un golpe de Estado que obligue al tirano a rendirse.

 A partir de ahí caben dos posibilidades: que el tirano ponga pies en polvorosa antes de que le echen el guante o que los amotinados lo trinquen y lo cuelguen por el pescuezo. Los dictadores no entienden de democracia, ni de participación, ni de libertades, ni de diálogo, por tanto, no hay manera que de que se atengan a razones ni abandonen el poder de buena gana, así que tampoco cabe suponer misericordia una vez caídos.

Cuando la situación es ya insostenible, salen huyendo y llevándose lo que pueden para pedir asilo en una nación vecina que los acoja. Hay abundantes casos en los que el remedio ha sido peor que la enfermedad y los asaltantes del poder y derrocadores del tirano se han convertido en tiranos a su vez, con lo que la tragedia sigue con otros perros aunque los collares sean los mismos. Otros sujetos indecentes iguales o peores que los que se han ido.

La más aceptable de las situaciones es que una vez rendido el opresor, la asonada acabe en la formación de un gobierno provisional de consenso como paso previo a la convocatoria de nuevas elecciones democráticas que es lo que puede acabar ocurriendo en Venezuela donde se viven horas de tragedia y donde la situación política parece conducirse hacia un baño de sangre en un ámbito que desgraciadamente recuerda demasiado al de una guerra civil. A media tarde de ayer, la cúpula militar acordaba apoyar al presidente Maduro en contra de la actitud adoptada por el presidente de la Asamblea, el opositor Juan Guaidó, que se ha autoproclamado presidente interino y que ha explicado a la comunidad internacional su intención de encabezar un ejecutivo puente hasta una cita electoral con plenas garantías. Sánchez, con muy buen criterio, ha reconocido el valor de Guaidó pero ha preferido esperar hasta que los acontecimientos se selecciones  por sí mismos.  El aspecto de la cosa tiene sin embargo, un color malísimo.

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