Opinión

En frío o en caliente

El universo balompédico que se solaza en todas las playas de la costa española y que se asoma a los partidos del Mundial desde el privilegiado asiento del taburete del chiringuito ante una pantalla de televisión gigante en la amable compañía de unas cañitas frescas y unos pescaditos bien aderezados, ya ha encontrado un ninot al que pegar fuego todos los días de partido en los que juega España. La han tomado con el portero español con esa pasión que destilamos los españoles cuando encontramos a un desventurado al que machacar. Y en este caso, el elegido ha sido David de Gea, al que durante la temporada la afición ha tenido lejos porque juega en el Manchester United y en su tierra no se le ve todos los días para tenerlo retratado. 

Por desgracia y en este caso, es muy probable que los críticos del guardameta tengan razón en sus diatribas y de Gea se merezca al menos poner en duda su titularidad. Pero es probable también que el pobre portero español cargue con las culpas de un equipo roto, que se quedó sin el seleccionador que condujo a este grupo hasta el torneo, y que ha de afrontar la competición con un nuevo responsable en el banquillo improvisado por las circunstancias, y determinado por la urgencia de un presidente que se dejó llevar por la ira personal y que no se paró a pensar que el remedio era mucho peor que enfermedad.

La gente toma decisiones en caliente y las decisiones hay que tomarlas en frío. Por ejemplo, esta explosión de indignaciones que ha expresado el Gobierno  contra la Fiscalía, por la decisión judicial de los miembros de la “Manada” cuya voz cantante han incorporado sin la menor reflexión ni el menor sentido político, la recién nombrada ministra de Justicia  -quien por cierto es Fiscal de carrera y tendrá que entenderse con sus compañeros de toga cuando acabe de ser ministra- y la recién designada presidenta del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, arrastrando en esa opinión personal que nadie le ha pedido a toda la institución que preside. Muy pocos personajes públicos perciben que sus actos permanecen, que sus palabras quedan, que se vuelven luego en contra y que la factura que suelen pasar las imprudencias es demoledora. Que se lo vayan a contar a estas alturas de la película a Cristina Cifuentes –con un forense en el recibidor para saber si está enferma y  por eso no acude a la llamada del juzgado- o a Màxim Huerta y sus tuiters impresentables.

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