Opinión

Escritos en el viento

Salvo los muy amigos -que los tiene incondicionales y dispuestos a perdonarle  todos sus dislates- Pedro Sánchez no tiene grandes amigos que le escriban en la prensa. Siempre quedan, naturalmente, las garitas de guardia en las que, a la mortecina luz de una bombilla de las antiguas colgada de un cable, se escriben los artículos apologéticos que tanto le agradan, redactadoos por plumas agradecidas de las que están siempre en alerta y dispuestas a darlo todo en su defensa truene, llueva, haga calor, sea de día o de noche.

El resto, a qué andar con tapujos, no le tiene en gran aprecio ni siquiera los que se proclaman en posturas de izquierdas entre otras cosas porque Sánchez no es un tío que pueda caer simpático a casi nadie. Guaperas enfermizo, frío, cruel y vengativo con quien osa llevarle la contraria, calculador y mutable en dependencia con aquello que le sirva a sus intereses personales, mentiroso compulsivo y poco escrupuloso en sus planteamientos personales, hace algunos días Consuelo Álvarez de Toledo escribía en uno de sus artículos que le costaba llamarlo “presidente” quizá porque no se lo había merecido nunca y su condición de figurín de cartón piedra no sugería una figura respetable como la que debe distinguir a un presidente como Dios manda.

Pero el artículo más duro escrito con Sánchez como fuente de inspiración lo acaba de firmar Rosa Díaz y es tan crítico, contundente y descarnado como veraz. Rosa Díaz, y probablemente de un modo injusto y aleatorio, ya no es nadie en la política ni aspira a serlo tras una intentona que se quedó por el camino y que lenguas de doble filo con demoledora contumacia pulverizaron sin piedad y sin motivo específico que es lo más ingrato. La veterana parlamentaria nacida, crecida y madurada en el territorio comanche del País Vasco más negro y sangriento, puede tener defectos, pero nunca ha faltado a la verdad ni su comportamiento puede ser puesto en tela de juicio. Motivos para curtirse en escenarios de una hostilidad muy fuerte no le faltan. Ha arriesgado la vida defendiendo sus ideas cosa de la que Sánchez no tiene ni idea ni la ha tenido nunca. 

Su autoridad está probada. A Sánchez se le debería poner roja la color del rostro al leer estas cosas. Pero no se le pone. No entra en sus cálculos escuchar a su conciencia.

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