Opinión

Europa no quiere divorcios

En el capítulo de deudas que la desventura independentista ha ido engordando a medida que la causa se internaba en el proceloso ámbito del desvarío, cabe apuntar ahora la humillación que la Unión Europea ha infringido a la candidatura de Barcelona para albergar a partir de 2019, la Agencia Europea del Medicamento, una instancia europea que se uniría a las tres ya instaladas en nuestro país –Vigo es por fortuna una de estas sedes- y a la que los países miembros han pasado de considerar la mejor dotada y por tanto la favorita a eliminar de un plumazo en primera vuelta. El trastorno de entendimiento que ha hecho presa en los líderes de este absurdo y fracasado proceso obliga a Puigdemont a culpar de la debacle a la aplicación del 155, pero este sesgado juicio torticero que el ex presidente emite obligadamente desde la diáspora no puede ocultar las verdaderas razones que definen esta decisión. La UE no desea saber nada de secesiones y, del mismo modo que huye de este Londres absurdamente convertido en capital del Brexit, huye también de Barcelona, santo y seña de un proceso tan disparatado que, incluso en el fracaso es capaz de causar un daño irreparable no solo a los intereses de Cataluña sino a los de todos los demás españoles.

La deriva independentista ha sido por tanto no solo una aventura patética que ha emplazado en el ridículo  la dignidad de un territorio que siempre se distinguió por su sentido común y su pragmatismo sino que le ha buscado la ruina. Económicamente descalabrada, socialmente dividida y políticamente sumida en una crisis de características incalculables, Cataluña ha ido perdiendo peso y capacidad de influencia, ha ahondado en su bancarrota y ha permitido que el extremismo se adueñe de sus destinos y destruya todas sus muchas capacidades. Lo ha hecho además cayendo en brazos de una banda de fanáticos sin ética ni corazón que no dudan en emplear a los niños –el último episodio de esta metodología repugnante ha consistido en organizar una fiesta infantil al aire libre para pedir la libertad de los encarcelados-  como cabeza de puente de su campaña de adoctrinamiento inmersa en el odio, la mentira y la manipulación más vil.

La Europa del siglo XXI no está por esa labor y se ha pronunciado de manera inequívoca. Los estados miembros de la alianza europea desprecian el secesionismo y si ya le volvieron la espalda a la Cataluña que brotaba de la sin razón de su República independiente, ahora ha vuelto a mostrar sin  la menor duda por donde desea hacer camino.

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