Opinión

La dificultad histórica

Cuando dentro de trescientos años los sabios de entonces pasen revista a la  Historia, dispondrán de fuentes sumamente esclarecedoras para estudiar nuestros comportamientos y poseerán recursos sumamente fiables para catalogar la actitud de sus personajes. Pero cada vez que uno se asoma al balcón del pasado humano corre el inmenso peligro de colgar la imparcialidad en el perchero y dejarse guiar por las emociones de modo que no es fácil ser neutral. Así, se cometen errores de grueso calibre que se cronifican y acaban por estabilizarse. Hace poco, e impelido por una serie de televisión que se inspira en el reinado de Isabel II de la Gran Bretaña, decidí ampliar un poco mis conocimientos sobre la monarquía del Reino Unido  e invertí un generoso tiempo en conocer algo de sus monarcas medievales. Sorprendido, descubrí que un soberano sumamente idealizado como Ricardo I Corazón de León, al que  el cine ha tratado con fervorosa dedicación, fue en realidad un mal rey, un pusilánime, un irresponsable, un débil, un ceporro y un tonto de capirote permanentemente ensombrecido por la poderosa acción de su señora madre, Leonor de Aquitania. Por el contrario, Juan sin Tierra su hermano, –John Lackland para los suyos- al que los relatos románticos y las películas suelen poner como ejemplo de usurpador y villano, fue  un buen rey, justo y valeroso que hubo de ocupar el trono por obligación para protegerlo una vez que el imbécil de su hermano mayor lo abandonó para marcharse a las cruzadas y caer allí preso sin haber levantado la espada –se supone que por él se pagó el mayor rescate tributado en toda la historia británica- El rey Ricardo podría haberse mejor dedicado a correr los sanfermines porque se casó con la reina Berenguela de Navarra a la que los ingleses conocen como la única reina de Inglaterra que jamás puso un pie en territorio británico, y él casi ni se sentó en el trono. John –que como Richard era normando o sea, francés en realidad- firmó la Carta Magna, primer y noble antecedente de una monarquía constitucional, y fundó la ciudad de Liverpool y ambas cosas le honran.

Es decir, que con frecuencia, los malos son los buenos y los buenos son los malos, peligrosa consecuencia del  normal devenir histórico. Dentro de doscientos años, si Dios no lo remedia, Carles Puigdemont será un devoto constitucionalista y arduo defensor de la unidad de la patria.

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