Opinión

La importancia del recuerdo

A los que ya somos añejos, nos da por repasar la Historia no sea que nos hayamos dejado cualquier cosa en el camino que nos sirva para algo. Si la encontramos, le echamos una mirada y nos lo quedamos aunque a los que nos da por estos ejercicios sabemos que por mucho que tratemos de proclamarlo no va a servir para nada porque nadie nos hará caso alguno. Ese repaso a nosotros mismos ya lo hacían Galdós, Baroja y Unamuno, y lo hicieron antes los ilustrados del XVIII y más tarde el pobre desventurado de Ángel Ganivet que se puso chistera y levita pero se dejó puestas las zapatillas para ir a suicidarse al río mientras su hermana, desesperada, le daba gritos desde un balcón tratando de disuadirlo. No hemos hecho caso de ninguno y mira que sabían.

Pues digo yo que un país que ha pasado –entre otros asuntos de menor cuantía- tres guerras carlistas a cual peor, una guerra civil, una dictadura, y la criminal presencia de ETA, debería estar contento de haber conseguido vivir el final del siglo pasado y lo que llevamos de éste sin  disparar un tiro ni producir un muerto por motivos políticos. Deberíamos estar orgullosos de que nuestras instituciones hayan funcionado bien para lograr una paz estable y duradera de la que no se había gozado en los años anteriores. Y sin embargo, y sabiendo que esas bondades se las debemos a un ámbito maduro y democrático, alcanzado trabajosamente de común acuerdo, consolidado y seguro, con el que hemos conseguido configurar una nación poderosa, libre y equiparable a cualquier otra de Europa, nos empeñamos en quebrarla. Eso nos convierte en unos desagradecidos patológicos, pero sobre todo, nos hipoteca dramáticamente el futuro.

Muchos intelectuales de la vieja guardia han insistido en muchas etapas de la vida pasada y presente y con la mejor voluntad en aconsejar la lectura de los hechos pretéritos como escuela en la que aprender a construir el futuro. Desgraciadamente, esa insistencia ha sido con frecuencia desoída cuando no vituperada, y a los intelectuales juiciosos y serios les han dado, dicho sea con perdón, literalmente por donde amargan los pepinos. 
O al menos esa impresión tengo yo.

Te puede interesar