Opinión

La inspiración lejana

Resulta muy halagador para una generación como la mía encontrarse de buenas a primeras  protagonizando la mayor parte de las propuestas de arte y entretenimiento de la era actual, inspirando piezas de relato, ensayo, teatro o debate, identificado en la significación de reflexivos artículos periodísticos, o protagonizando medio siglo después las ofertas más vanguardistas de la moda, el diseño y la creación plástica. Los vejestorios de hoy día que fuimos aquellos jóvenes de guitarra al hombro y melena al viento nos encontramos a estas alturas de nuestra vida inspiradores de cualquier cosa y todo nos suena a conocido o ya utilizado.

Hay tantas referencias en este mundo de tecnología punta a la dorada época de los sesenta en la que reinamos nosotros, que a veces sospechamos que todo ha cambiado para que nada cambie. Peinando canas, consultando inquietos los registros de próstata, colesterol y presión arterial, echándonos mano al lomo que cada vez está más anquilosado y dolorido, contemplamos el mundo que nos rodea con la convicción secreta de que todo eso ya lo hemos visto. Las chicas vuelve a los pantalones pitillo, los chicos a las corbatas estrechas y a los botines, y cada día  escucho más música de los Beatles, los Stones o los Kinks que en una edición de “Top of the pops” del año 66. Pero ahora se usan como telón de fondo de una amplio abanico de anuncios televisivos.

Reconozco que esta vuelta al pasado y este frenesí por rescatar el espíritu a medias infantil y trasgresor de aquellos años dorados me produce una indecible ternura. También una sensación ambigua, como si al observarlo reflejado en multitud de situaciones cotidianas me sugiriera un cierto aroma a falso. Escuchar las viejas canciones del enorme Ray Davies como banda sonora de un spot de HM en el que se anuncian pantalones y blusas inspiradas en el Carnaby Street de mi tiempo contiene un toque agridulce porque me muestra mi época teñida de un aroma falsamente sofisticado. Cuando veo mis fotografías de entonces en las que guardo un asombroso parecido con el cantante solista de Procol Harum me siento ridículo. Pero es lo que había. Entonces no teníamos que acudir a la guardarropía de atrezzo porque nos vestíamos así de verdad e íbamos de aquella guisa por la calle tan campantes. Ahora suena a vestuario de puro diseño  y eso puede ser tan bueno como malo. O quizá, menos bueno que malo.

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