Opinión

La sombra de Lula

Con la victoria de Bolsonaro en las elecciones de Brasil, se produce un cambio político profundo en un país cuyas decisiones afectan considerablemente al devenir conjunto de la América latina. Brasil es uno de los ejemplos más claros de mala administración de recursos y corrupción al más alto nivel, cuyos desastrosos resultados bastan para instaurar la desigualdad social y la ruina en un país de recursos prácticamente inagotables, una situación que no es nueva en el continente aunque sea dolorosa, y para los europeos difícilmente comprensible. Brasil,  más de ocho millones de kilómetros cuadrados, es uno de los diez países más extensos del mundo y está habitado por 250 millones de personas, cifras que al otro lado del Atlántico difícilmente podemos imaginar siquiera. Los expertos en demografía y economía de escala entienden sin embargo que, dada su extensión, tiene una tasa de habitabilidad relativamente pequeña. Un país gigantesco, poco habitado e inmensamente rico en todas las fuentes naturales de riqueza incluyendo  petróleo, donde todo es grande incluyendo su macroeconomía, a la cabeza de Sur y Centroamérica. Y sin embargo, una amplia mayoría de su población padece graves problemas de subsistencia, y en él se citan los índices de criminalidad más altos del planeta. Brasil está a la cabeza del mundo en el número de homicidios –unos 63.000 al año- o lo que es lo mismo, siete asesinatos a la hora. En diez años –entre 2006 y 2016- 560.000 personas murieron en Brasil a manos de otras. Ningún otro territorio se le puede comparar en este aspecto. La desigualdad, la injusticia, la necesidad, desatan cada año estos datos horribles.

Bolsonaro, un sujeto inclinado a la más feroz ultraderecha, ha vencido por goleada en un país gobernado durante las dos últimas décadas por la izquierda, y a alguien habrá que solicitar responsabilidades de este desastre. Cuando se desata un fenómeno tal, un proceso de autocrítica profunda sería lo más decente. Yo sospecho que hay un culpable en este desaguisado. Y creo que se llama Lula da Silva, encerrado hoy por malversador y corrupto.  A pesar de sus intentos, Haddad, candidato de la izquierda, no ha podido librarse de su sombra nefasta y del grado de rechazo que provoca ahora quien un día fue un héroe. A Lula y su indignidad  hay que pedir cuentas.

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