Opinión

Las dudas del ministro

En consonancia con una carrera en el ámbito judicial de excelente factura y de un comportamiento personal irreprochable, el ministro Grande Marlaska goza de una bien ganada fama en el ámbito de sus compañeros de oficio. Fernando Grande Marlaska ha sido un magistrado sensible al ámbito social en el que se desempeña, valiente en la toma de decisiones comprometidas, e inflexible con aquellos delitos que atentan contra las normas y preceptos del Estado de derecho, al que ha defendido con docta pasión incluso poniendo en peligro su propia vida como les ha ocurrido a otros muchos compañeros de magistratura al intervenir en casos relacionados con el terrorismo. Cercano en el trato, flexible y comprensivo, ha convivido sin tensiones con los representantes de la clase política ejerciendo altas magistraturas con el PP en su momento, y desempeñando ahora la cartera de Interior con el PSOE. Pedro Sánchez le ha propuesto incluso convertirlo en su candidato para la alcaldía de Madrid y la oferta aún está en el aire. 

Por eso me llama poderosamente la atención la consideración casi de anécdota con la que Marlaska ha despachado el ataque de los kale barroka catalanes de Arran al domicilio en San Cugat del Vallés del juez Pablo Llarena, embadurnando los cristales y parte del interior de su portal con pintura amarilla y amenazando la vivienda en cuyo interior estaba en el momento del ataque uno de sus hijos. La propia y delirante estampa de los voluntarios procediendo a su limpieza ocultándose bajo un disfraz ofrece una idea de lo que se vive en Cataluña en estos momentos y hasta  qué punto determinados sectores de su sociedad  temen represalias si osan contravenir la dictadura del soberanismo.

Marlaska ha preferido inhibirse en unas cuestiones que, al contrario de la valoración gubernamental, son de todo punto gravísimas. Y esa inhibición corre en contra de sí mismo y le pasará factura cuando acabe su periplo en la política y vuelva a vestirse la toga. A Llarena se le está despreciando y no se le protege como es necesario proteger a un servidor público que está ejerciendo en condiciones muy difíciles y que corre peligro incluso físico. Llarena merece ser defendido, protegido y respetado. Que se la está jugando, digo yo.

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