Opinión

Lo que se dice y por qué se dice

Decía ayer Clarence Seedorf, nuevo entrenador del Deportivo, que estaba seguro de saber mucho de fútbol pero que esos conocimientos obtenidos en su larga carrera como jugador profesional debían aplicarse ahora con sentido común a su nueva actividad y era ahí donde  podrían surgir algunos primeros  desajustes. Es el eterno dilema entre el conocimiento y la experiencia que el técnico holandés habrá de solventar para rescatar la vida que se le escapa a su nuevo equipo.

Mi caso es, como ya comprenderán, el contrario. Cuando uno se hace viejo practicando el periodismo adquiere una experiencia muy superior incluso al conocimiento, porque en honor a la verdad habremos de reconocer que sabios, verdaderamente sabios, los periodistas no somos, y conocimiento, lo que se dice conocimiento, lo tenemos más bien modesto y en general abonado a la cuota de curiosidad que se gaste cada uno. Sin embargo, tantos años en contacto con la actualidad y el mundo que nos rodea nos suministra experiencia, esa virtud casi teologal tan eficaz como alabada que nos ha salvado de más de una. A mí me ha permitido no solo saber qué es lo que escribo sino, y lo que quizá es más importante, saber por qué lo escribo que viene a ser lo mismo que discernir sobre lo que hay que defender y lo que hay que atacar. Nada menos.

El proceso catalán ha encadenado mentira tras mentira y falacia tras falacia, manipulando la realidad y adoctrinando a los receptores utilizando como estandarte de esta vergüenza el complejo mundo de la comunicación. Desde muchas décadas atrás, el independentismo ha ido manipulando y confundiendo la realidad para lograr sus fines y así se ha inventado un Reino de Cataluña que jamás existió, unas rebeliones contra el poder central que apenas lo fueron y unos héroes que nunca tuvieron alma de héroe, para desarrollar la Historia paralela que les acomodaba sin reflexionar sobre el daño que han hecho y la vergüenza que han provocado. Y para ello se han valido de las herramientas que usan las palabras. Las escuelas, las universidades y especialmente, los medios de comunicación. A ningún periodista le pueden imponer lo que ha de escribir y si lo acepta allá su conciencia. Ese es el gran pecado de conciencia en los medios de comunicación catalanes. Por desgracia, ni Mariano, ni Pedro ni Albert se han atrevido con TV3, el peor de todos. El abcedario del 155 diría que lo primero es intervenir la tele pública. Pero les pareció muy fuerte. Y ahí sigue el bastión. La conciencia es lo de menos.

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