Opinión

Los negros ancestros

Loa analistas de la Historia han concluido que uno de los factores que han influido de modo más profundo y sin duda detestable en la construcción del carácter actual de los españoles es la ausencia de alegría, dramática situación padecida en los siglos en los que el la Iglesia católica ostentaba un poder inmenso en todas y cada una de la facetas en las que se desarrollaba la vida cotidiana de los habitantes del país.

La presencia omnipotente y omnipresente de la doctrina católica en todas y cada una de nuestras actividades personales públicas e incluso privadas mantuvo su constancia en los siglos XIX y XX, aflojó en periodos muy concretos en los que la presión dejó de ser extrema para convertirse simplemente en agobiante –pongamos parte del reinado de Carlos III, Sexenio Revolucionario, I y II República y quizá la monarquía de Alfonso XIII- hasta recuperar aviesamente su inexpugnable carta de naturaleza en el franquismo y reducirse a su justo término a partir de la Transición.

Los analistas de la historia entienden que el desarrollo social aplastado por las severas directrices de la religión impidió al pueblo español divertirse, bailar, cantar, solazarse, amar la noche, la verbena y el contento lo que ofreció como resultado un pueblo amenazado, temeroso, triste y sombrío que nunca estuvo conforme consigo mismo y que trabajó mal, estudió peor, se desarrolló incompleto y, para colmo, labró odios viscerales amasados en la barbarie y en la falta de conocimiento. Es una teoría sabia y basada en conceptos que suenan a verdaderos.

Este país nuestro no rompió sus cadenas cuando debía al tiempo en que las quebraron las otras naciones de su entorno. En los siglos XVIII, XIX y mitad del XX las reuniones vecinales concluían con el toque de oración, las educación estaba prácticamente en manos religiosas y ha sido pecado en sucesivas épocas, bailar, cantar, tocar la guitarra, bañarse en el río, comer carne, investigar, hacer deporte, leer libros, hacer el amor, ir al teatro, beber vino, salir al exterior, aprender otros idiomas… en general ha sido pecado todo.

Me sumo a las teorías de los historiadores y sospecho que gran parte de la culpa de nuestra disparatada situación actual la tiene esos ancestros. Potencia respuestas producto de una ira recocida en frustración y miedo. Por ejemplo, somos el único país europeo en el que una opción libertaria y revolucionaria como la CUP, -algunos de cuyos dirigentes fundadores tienen las manos manchadas de sangre- se incluye en un Gobierno. Y por algo es.
 

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