Opinión

Machismo solapado

La situación por la que atraviesa el Partido Popular no es en ningún modo cómoda y sus nuevas generaciones harían muy bien en preocuparse. Hace diez años, los escenarios eran de otra manera y sus dirigentes de entonces se desmandaron, comenzaron a hacer caja y se volvieron locos por la pasta, desarrollando en las comunidades en las que ostentaban el mando una política del pelotazo que terminó sepultándolos. Madrid y Valencia especialmente, fueron territorios en los que se manifestó lo peor de cada casa: prácticas de corrupción, clientelismo, caciquismo, compras y ventas… En ambas circunscripciones los responsables del partido  se despacharon a su gusto del mismo modo que el eterno PSOE gobernante de Andalucía, hizo en los terrenos que dominaba como nadie, lo que le vino realmente en gana. Esas delictivas maneras de hacer política que definieron con eficiente propiedad los escenarios de muchos gobiernos regionales sumidos en la sospecha y posteriormente manchados hasta las cejas, se manifiestan ahora cuando todo sale a la luz empujado a la superficie por una administración de Justicia lenta pero eficiente y segura aunque sea a largo plazo.

La conmoción en estos días de carnaval la ha sembrado uno de los políticos más corruptos de todos los que los que han sido investigados, detenidos y encarcelados por delitos de enriquecimiento personal aprovechando su función de cargo al mando de organismos públicos y manejando dinero del contribuyente. Francisco Granados, segundo en la escala de mando de Esperanza Aguirre en el gobierno de Madrid, ha roto su silencio y ha aprovechado una comparecencia por él solicitada ante el juez para apuntar con el índice a varios de sus compañeros de partido de entonces y de ahora, una confesión efectuada ante una rondalla de periodistas a las puertas mismas del tribunal ante el que ha comparecido y minutos después de declarar ante la autoridad judicial. El ex vicepresidente ha afinado bien sus dardos y ha apuntado por sorpresa a Cristina Cifuentes a la que ha colocado en una posición muy frágil. Sin embargo, y con independencia de estas confesiones que apuntan a la actual presidente madrileña, la indecencia de Granados se acredita por otro lado. Granados ha sugerido una relación extramatrimonial entre Cifuentes e Ignacio González usando como pretexto la necesidad de fijar en el tiempo la actuación de ambos. Se acabó la intervención, aclara, cuando acabó su romance. Eso sí que es machismo del peor, del indeseable. Machismo con el que hay que acabar. Y las primeras en hacerlo deberían ser las compañeras de Cifuentes en política. Pero ninguna ha dicho ni pío.

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