Opinión

El pacto de todos los pactos

Coincidiendo con la abdicación del hoy llamado rey emérito, cenaba yo con un grupo de periodistas camaradas de mucho tiempo en un restaurante de Madrid, y todos nos afanábamos en analizar esta renuncia a la que solo encuentro una aproximación en ningún modo exacta tras rastrear la historia reciente del país. Seguramente lo que más se parece a este episodio que puso fin al reinado de Don Juan Carlos es aquella cita que al otro lado de la frontera tuvo Carlos IV y su hijo y heredero Fernando VI, con Napoleón Bonaparte de interesado árbitro en el conflicto quien acabó privando de la corona a ambos y depositándola en las sienes de su hermanó José.

En aquella cena, uno de los contertulios que estaba entonces solidamente asentado en la información parlamentaria nos contó que Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy habían forzado la abdicación del monarca mediante un pacto de Estado que ambos políticos tejieron en estrecha colaboración y que colocaba en el trono al joven Felipe antes de que el desastre más absoluto reinara en la institución monárquica y todos los miembros de la Familia Real –los buenos, los regulares y los malos- se vieran obligados a abandonar el país a la carrera ante la compleja situación en las que las veleidades del soberano, la deshonestidad cada vez más evidente de su yerno y otros muchos episodios de corte añadido habían colocado a la Corona.
Decía aquella voz autorizada de una colega respetada y una amiga querida, que el rey emérito aceptó la propuesta –con el previo y humillante paso de aquella solicitud de público perdón a la que hubo de resignarse- pero que puso ciertas condiciones antes de la retirada. “A mi yerno le podéis atizar lo que  os de la gana y yo no moveré un dedo en su favor –dicen que puso como condición don Juan Carlos antes de tomar el olivo- pero a mi niña, ni tocarla. ¿Entendido? Ni tocarla”. 

A juzgar por el carácter de la sentencia que ha dictado la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, tanto el fiscal de la causa como las tres juezas que han constituido el tribunal han respetado religiosamente aquel pacto complejo y trascendente del que dependía, entre otras cosas, la continuidad de la Corona. E incluso se han mostrado clementes con el propio Urdangarín que sale de esta situación a la que su propia infamia le ha conducido quemado pero no en cenizas. De diecinueve años que le pedía Horrach a seis hay un trecho. Este sujeto, en menos de tres años está en la calle.

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