Opinión

Problemas de conciencia

Vivimos instalados en una paradoja permanente que nos desorienta y nos acosa porque la conciencia tira mucho y en el fondo estamos convencidos de que sus llamadas no son atendidas como es debido. Estamos manejando permanentemente en conversaciones públicas y privadas la urgente necesidad de contribuir a generar ayudas para los millones de pobladores de la tierra que pasan necesidades, y se nos llena la boca a casi todos con el pomposo aserto de la solidaridad para con los refugiados. Hay gestos y guiños, hay grandilocuentes declaraciones, pero en una sociedad hedonista hasta sus últimas consecuencias que ha elevado a categoría de orgasmo el ejercicio de alimentarse y que ha descubierto como última moda el placer inenarrable de acudir a etno balnearios para bañarse en vino de Rioja, todas esas cosas, vengan de donde vengan suenan a farsa. Incluso si vienen de esos reductos de la izquierda utópica que gasta toda la munición en banderolas representativas, actos públicos y muchas pancartas pero que a la hora de la verdad observa  cautelarmente desde la distancia. 

Este tipo de comportamientos que abundan en nuestro primer mundo y que tienen que ver mucho más con actuaciones electorales y política de gestos que con acciones decididas a favor de la igualdad que no necesitan adoctrinamientos, ni cajas de resonancia, me recuerdan constantemente las escenas de una vieja película española, aquella genial cinta del maestro Berlanga que se llamó “Plácido” y que ha conservado todo el vigor de su humor negro y su crítica directa, triste y amarga. En ella se narraba en clave de comedia las campañas de Navidad a favor de los desfavorecidos sentando a un pobre a la mesa el día de Nochebuena, la falsa caridad y las rifas de pavos en beneficio de los necesitados con Cassen como protagonista recorriendo las calles de la ciudad con su recién estrenado motocarro aún sin pagar coronado por una estrella del Belén y López Vázquez encarnando a un cínico coordinador de la campaña para pobres que busca sacarse unos duros desempeñando esa actividad.

La película, de 1961, hubo de hacer equilibrios en el alambre para capear la férrea censura franquista pero estoy seguro que a estas alturas del nuevo siglo no ha perdido ni un ápice de su corrosivo mensaje, al que deberíamos acceder todos porque todos nosotros en estado individual y colectivo participamos de este caos ideológico de actitudes y olvidos, postureo e ineficacia en el que estamos inmersos seamos de la ideología que seamos. A todos nos gusta la buena vida y lo de largar a favor del desventurado es gratis.

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