Opinión

Programa de retales

Como consecuencia de los recortes de presupuesto y urgidos por la necesidad de ahorrar por donde sea, los programadores de la cadena pública están tirando de archivo para sacarse de la manga programas confeccionados con retales. Son espacios de recuerdo que a los más jóvenes les muestran cómo era el país cuando no existía la telefonía móvil y cuál era la trascendente influencia de personajes como Juanito, Susana Estrada, Gutiérrez Mellado, Felipe González o Valerio Lazarov en la vida nacional. Este último revolucionó el modo de hacer televisión a golpe de pantallazos a base de mover frenéticamente la palanca del zoom que llevaba incorporado el objetivo de las cámaras. Lazarov fue un genio y sin él, sujetos como Peret o Mike Kennedy apenas serían recordados.


Los que hace tiempo dejamos de ser mocitos contemplamos estos programas construidos a mayor gloria del pulguero –es el nombre que en las viejas redacciones se otorgaba al cuarto donde solía estar el archivo y los restos de la maquinaria que no servía para nada- con un deje de nostalgia. Al fin y al cabo, nos acercan a los momentos en los que éramos más jóvenes y estábamos en lo mejor que a uno le puede dar este jodido valle de lágrimas. Y si bien la presencia de algunos programas dedicados a rememorar tiempos pasados es un trámite que hay que pasar, si se convierte en un hábito mayoritario termina dando mucho la lata. “Cachitos de hierro y cromo”, “Ochéntame otra vez”, y un amplio abanico de propuestas del mismo porte no solo nos recuerdan a los más viejos que en efecto somos los más viejos, sino que las filmaciones se repiten una y otra vez y he visto cantar a Janette “Cállate niña no llores más” cuatro veces en una misma semana.


Esto del recuerdo tiene su aquel no cabe duda, pero quienes hemos vivido estos hechos que ahora se convierten en carne de revisión a veces mordaz, a veces crítica y casi siempre algo justa de necesario y merecido respeto, estamos un poco hasta la coronilla. Yo mismo me veo ligeramente payaso con traza de Jesucristo, la corbata tan ancha como un mantel sembrada de flores de colorines y los pantalones campana, pero no necesito que una voz en off me lo recuerde y se lo tome a coña. Con tomármelo yo, me basta.

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