Opinión

Satán también muere

La muerte aparentemente apacible de Charles Manson sospecho no pone fin a las pesadillas generalizadas y compartidas que han turbado los sueños de al menos dos generaciones, si bien se aproxima a la venturosa idea de que también el diablo puede morirse. Si hemos de beber en las fuentes de la cultura pop, dicen los Stones que no es así y que el espíritu del mal viene y va de generación en generación y de catástrofe en catástrofe recorriendo los mundos azotados por las plagas, la guerra y el dolor, contoneándose entre pilas de cadáveres y alientos fétidos. Paradójicamente, el fallecido era mas de los Beatles y, para mayor frustración de nosotros sus irredentos fans de toda la vida, el asesino de asesinos, manipulador de cerebros débiles y encantador de serpientes de papel de estraza, se bebió hasta el fondo todo el Álbum Blanco para extraer de allí los mensajes que, convenientemente transmitidos a sus fanatizados seguidores, volaron en la sombra junto al ángel exterminador. Las adolescentes reclutadas   por un sujeto satánico y paradójicamente irresistible dieron una muerte espantosa a la actriz Sharon Tate embarazada de ocho meses, a su amigo y peluquero, a una invitada y su novio guionista, y al día siguiente mataron a los miembros de una apacible familia de granjeros de mediana edad. Los cuerpos presentaban más de cuarenta cuchilladas cada uno, y en las paredes de ambas viviendas los criminales escribieron una amplia colección de mensajes escritos con la sangre de las víctimas. Entre ellos, varias referencias a canciones contenidas en el disco de los Beatles que Manson interpretó como le convino. “Helter Skelter” de Paul McCartney  y “Piggies” de George Harrison ofrecieron la inspiración más consistente.

Dice el refrán que muerto el perro se acabó la rabia y es necesario confiar en que el mal  en su versión más honda se ha ido al otro barrio con este temible individuo capaz de hacer de una bandada de angelicales jovencitas una secta de asesinos enajenados y sanguinarios capaces de descuartizar el cadáver de una embarazada entre risas y danzas rituales. En un universo idílico como aquel utópico escenario del verano del 68 en el que los jóvenes  transmitían al mundo mensajes de amor, paz y concordia ahumados por el olor a marihuana, la presencia de Charles Manson y su terrorífica familia podría haberlo desvirtuado todo. Pero eran días de placer   y locura. Ni siquiera aquel episodio salvaje pudo pinchar un globo que, a la postre, acabó por pincharse él solito.

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