Opinión

Todos los caminos dan a Waterloo

El hecho de que el prófugo Puigdemont esté en tratos para alquilar una bella mansión en Waterloo conduce indefectiblemente a establecer un paralelismo histórico con la figura de Napoleón, cuya definitiva derrota se produjo precisamente ante el ejército de Wellington en las verdes praderas que rodean esta ciudad belga de poderosas reminiscencias históricas en cuyas afueras ha decidido establecer el  derrotado ex presidente de la Generalitat su residencia teniendo en cuenta que sus días de gloria -si es que los hubo- han claudicado.

En 1815, Napoleón Bonaparte, prisionero en la isla de Elba, consiguió huir de ella apoyado por sus fieles y desembarcó en el cabo Juan de Francia para iniciar una campaña con la que pretendía recuperar el poder. Su aventura, a la que fueron sumándose más y más partidarios, acabó con una última batalla en la que los veteranos del emperador fueron destrozados por el duque de Wellington quien hubo de abandonar el Congreso de Viena en el que  defendía los intereses del Reino Unido, para ponerse al frente de su ejército y acabar de una vez por todas con el endemoniado pequeño sardo. Napoleón rindió su sable, fue tomado prisionero por los británicos y desterrado de por vida a la diminuta isla de Santa Elena en mitad de la nada donde vivió rodeado de un reducido grupo de servidores cinco años más hasta que falleció –algunos dicen que envenenado- en 1821. Contaba poco más de cincuenta años.

Las intenciones de Puigdemont alquilando una villa recoleta y hermosa que los diarios se han apresurado a retratar del mismo modo que han retratado sus comprometedores mensajes, parece clara. Aceptado que nunca volverá a ser presidente de la Generalitat y sabiéndose prófugo de la Justicia española que no va a dejarle poner los pies en el territorio nacional sin proceder a su detención y encarcelarlo en régimen preventivo hasta que los tribunales determinen su destino, se ha replanteado en profundo un futuro que pasa por el abandono, la inactividad política y el destierro voluntario. Con una relación afectiva prácticamente quebrada y la sensación de ser ya poco menos que un juguete roto, el ex presidente ha resuelto vivir en ese nuevo país que le ha dado albergue. Pero no va a regatear en ello, y pagará casi cinco mil euros al mes por la casa de Waterloo a la que podría poner música de fondo el fulgurante éxito de ABBA. Escribirá libros, publicará artículos, dará conferencias. Irá de plató en plató…

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