Opinión

El águila ha aterrizado

Hay que ver cómo se inventa. Pero cada leyenda, mito o descubrimiento, se sustenta en algo que es o ha sido auténtico, aunque después se desfigure, aumente, reduzca, se le adjudiquen nuevos matices o simplemente se tergiverse totalmente el origen. El cerebro recibe y traduce no siempre fielmente. Luego está la memoria que se confunde, la inventiva, la imaginación, la recreación y sobre todo, el interés consciente o inconsciente, sano o perverso que mueve al repetir el relato, como ahora se dice constantemente. Así se crea o se destruye. Sin llegar a tanto y en el plano de la cotidianeidad y sus apreciaciones o deseos, la percepción individual pone en marcha lo que nunca ha sido, aunque esté inspirado en un hecho ficticio o no, pero siempre con base suficiente para la autoría. 

Por ejemplo, la frase falsa que se popularizó y que se puso en boca del célebre actor Humphrey Bogart, en la inolvidable Casablanca: “Tócala otra vez, Sam”. O aquella otra con repercusión general: “No siento las piernas”, atribuida al personaje de una de las famosas películas de Stallone, y cuyo actor jamás la pronunció en ella, ya que la citada exclamación pertenece al film “El cazador”. Entre todas esas frases inciertas con carta de naturaleza en el acervo cultural, tal vez la más famosa sea la aplicada a la perfecta creación de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes: “Elemental, querido Watson”. Y está demostrado que en ninguna de las aventuras del querido detective, él la articula. 

Todo esto viene a cuento de la creencia extendida de que Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la luna, lo primero que dijo al poner el pie en nuestro satélite, fue: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, cuando realmente, en su primera comunicación con la tierra, oída por un planeta maravillado ante tal hazaña, fue: “Houston, aquí desde el Valle de la Tranquilidad. El águila ha aterrizado”.

Después vendría todo lo demás. Y lo demás fue emocionante y esperanzador en un mundo que se debatía en una guerra fría en la que las personas pertenecientes a la vida llamada normal, no eran conscientes del horrible peligro al que estaban abocadas. Aquel viaje al espacio con escala en esa lentejuela blanca que brilla e ilumina las sombras de la noche, acabó con la liza. Era el 20 de julio de 1969. La hermosa águila se llamaba Apolo XI.

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