Opinión

El niño no es culpable

Todo el mundo adora a los niños. Bueno, todo el mundo, no. Algunos son reticentes a ese amor incondicional. O puede que también se adoren en general, excepto en algunos casos puntuales que ya por la costumbre han dejado de ser puntuales para ser norma. Pero más que la reticencia a los niños, es posible que esa reticencia recaiga sobre los padres. El niño no es culpable, es absolutamente inocente. Y además es la esperanza, el futuro, la prolongación de la especie, o sea de la vida humana. Por lo que, en sí mismo, es un tesoro único. 

Pero sigamos con el problema. Por ejemplo: usted, querido lector, entra en una cafetería para estar un rato a gusto con su periódico para leer o persona amiga con la que conversar, y de pronto empieza a oír unos chillidos que irrumpen en su paz y lo descolocan de tal manera que se pierde. Los chillidos se repiten. Llegan de una mesa próxima en la que quienes la ocupan dialogan con toda tranquilidad mientras la risa y la sonrisa se marcan en sus rostros amables y alegres. La criatura sigue chillando, y sus tímpanos peligran. Los de usted. La criatura sigue en lo suyo aunque intercala el llanto para más amenidad. Y usted sufre, y sufre también por ella, sobre todo porque comprueba que los ocupantes de la mencionada mesa entre los que usted piensa que están los responsables del bebé, ya no tan bebé, siguen impasibles a sus cosas, sin ocuparse de que su vástago está inquietando a toda la clientela del lugar. 

Dicen que el ruido al único que no molesta es al que lo produce. Y debe de ser verdad. Tampoco molesta a los padres cuando son sus hijos quienes lo crean. Esto, como digo, es un ejemplo de lo que acontece en el mundo de hoy con la educación y la dejadez para ejercer su enseñanza. Y en estas condiciones el niño crece. El caso es que, en España, ahora mismo, ha aparecido lo que se llama “niñofobia”, y se ha incrementado, en un porcentaje impensable, la demanda de establecimientos y negocios que cuelguen en su puerta un cartel o placa que diga “no se admiten menores”. Las reclamaciones y quejas por gritos, llantos, carreras nocturnas y demás molestias, alertan a hoteles, bares y demás locales públicos a evitar tener que responder y a veces indemnizar a los clientes afectados. Al parecer, pasillos, comedores, piscinas, etc., se han convertido en autenticas guarderías sin control.

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