Opinión

Sobre gratitud e historia

Dice el saber popular, que ser agradecidos es de bien nacidos. Y debe de ser verdad al cien por cien. Porque tal vez sea ésta, la gratitud, una de las lecciones más importantes que los padres pueden enseñar a sus hijos desde el momento en que estos empiecen a discernir. En la filosofía norteamericana está siempre presente la idea de que el mundo no debe nada a ningún mortal. Él tiene que ganárselo todo. Su libertad, su pan, su dignidad como persona. El mundo no debe nada a nadie. Por eso, si la persona es beneficiada con el cariño o el favor de alguien, máxime si no es deudor quien se lo ofrenda, obliga doblemente a la gratitud de quien recibe el bien, ya sea material o moral.

La gratitud es mucho más que sentir la emoción de una unión espiritual con otro ser. Es también algo gratificante personalmente, ya que permite ver lo bueno de los seres humanos, y por ende, de la parte positiva que rodea a cada individuo, aunque el panorama en general pinte más bien oscuro. Dicen los expertos que la gratitud es un sentimiento profundo y poderoso, y que cuando más se manifiesta es en los momentos en los que el dador se encuentra en dificultades. Por eso se dice que en las horas bajas se conoce a los amigos, y sobre todo, a aquellos que, aún habiéndose tratado poco, se han sentido beneficiados por algún detalle generoso, y más si se ha brindado sin pedir nada a cambio.

La ingratitud es todo lo contrario y aquí también el pueblo tiene sentencias certeras: todos se arriman al sol que más calienta, pero llegado el momento del ocaso, los mismos que se calentaban se apresuran a hacer astillas del árbol caído. Dicen los sabios que el bien que se recibe nunca debe olvidarse y que debe actuarse en consecuencia. La ingratitud a veces toma el puesto de la traición. Recordemos lo que se cuenta sobre la historia de Viriato (139 a C), un simple pastor lusitano convertido en líder de la lucha contra la ocupación de la península ibérica por los romanos. Pues bien, Viriato fue traicionado y asesinado mientras dormía, por tres de sus lugartenientes contratados a tal fin por el gobernador romano Servilio Cepión. Pero cuando fueron a cobrar la recompensa por su traición, sólo recibieron, según se dice, una contestación que pasó a la historia: “Roma no paga a traidores”. Así debería de ser siempre.

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