Opinión

Luna de sangre

El pasado 27 de julio tuvo lugar el eclipse más largo del siglo. Un fenómeno astronómico que tenía como protagonista la luna de sangre. Una llamada con misterio, seres nocturnos, leyendas mágicas y hechicerías. Sin embargo, esta característica de “sangre” sólo se debe al efecto que causa la tierra al esparcir su luz solar, rojiza, en dirección a la bella Selene. Pero esta circunstancia da lugar a que la imaginación vuele y encuentre miles de motivos para las ensoñaciones, al tiempo que recuerda profecías que no dicen más que lo que siempre ha ocurrido en el mundo: guerras, enfermedades, cataclismos, crisis económicas, actividades volcánicas y males sin cuento.

Los medios de comunicación se hacen eco de tales presagios y los augures consiguen la foto que desean. Los hay que se creen visionarios originales y los hay que se basan en el A.T., donde el profeta Joel dice, “El sol será transformado en tinieblas y la luna en sangre, antes de que venga el gran y terrible día del Señor”. Sea como sea, los interesados en este episodio celeste, que al mismo tiempo deseaban ver al misterioso Marte en la plenitud de un resplandor inusitado, se lanzaron con sus cámaras e ilusión a contemplar el último de los cuatro eclipses. Pero hete aquí que a una que le gustan estos aconteceres tanto como unos buenos cortes de jamón, se lanzó con la familia y algunos amigos a ser testigo de la preciosa luna velada por la sombra terrestre. El tiempo pasaba lento. Pero allí, casi solos como monos, nos apostamos en la oscuridad de la noche en la zona descubierta de la universidad ourensana con los ojos deseosos y alerta al más leve asomo lunar. 

Pero lo único que veíamos era cómo las nubes se adueñaban del espacio y borraban a las pocas estrellas que osaban asomarse al evento. En resumidas cuentas: cariño, tráenos algo de comer que hay que llevar la vigilancia con dignidad. Y mi cariño se fue a por unos bocadillos a un bar cercano que por la tardanza en volver dio la sensación de que se hallaba al otro lado del Atlántico. Por fin, sobre un monte divisamos lo que podía ser el comienzo de una esfera muy rosada, y de golpe, sin hacer caso a nuestra espera, frío y ansiedad, las nubes se la comieron. Y lo que pudo ser un gran espectáculo, se quedó en un acentuado relente, unos bocadillos mordisqueados, y una única y hermosa ocasión perdida.

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