Opinión

Monserrat Caballé

Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor”. Con este bellísimo poema, José Hernández nos introduce en el universo del canto y del cantor. Pero ¿qué es la voz humana? Sabemos que es el aire que cruza nuestro cuerpo, pero sin duda es algo más. Alguien dijo una vez que quien posee una voz bonita está más cerca del cielo que cualquier otro mortal. Y es posible que así sea. Desde el primer vagido compite con ventaja con el canto de un pájaro, el murmullo del agua, el rumor de las hojas, el roce de un beso, el ensueño de la vida… Nos hace soñar con esferas celestes a través de un espacio infinito en colores de estrellas. Nos sentimos vibrar entre mil emociones hasta el llanto y la risa, sentir la melancolía más profunda, y sumergirnos en la alegría más exultante. Oír el canto en una voz hermosa conmueve el corazón. Y hay voces que tienen ese poder mágico.

A través de toda mi vida tuve la oportunidad de apreciar ese valor. Uno de mis eternos preferidos era el legendario Giuseppe di Stefano, luego, entre otros muchos, vinieron Manuel Ausensi, Alfredo Kraus, el inimitable Luciano Pavarotti… ¿Y entre ellas? ¿Cómo poder elegir? Es tópico pero necesario acudir a los nombres más señeros: María Callas, Renata Tebaldi, y con ellas nuestra Monserrat Caballé. Por mi profesión y durante algunos años no tan lejanos, la radio emitía una hora al día de música clásica y ópera. Era bueno. Hoy, el placer de los amantes de ese bello espectáculo teatral se ve mermado, porque una de las voces más hermosas se ha apagado. 

¿Apagado? No. Queda imborrable en las nuevas tecnologías. Se seguirá escuchando en el mundo, y el mundo se estremecerá con ella al igual que lo ha hecho hasta ahora. Monserrat Caballé nos ha dejado el misterio glorioso de su voz, su arte, su técnica perfecta, su sencillez, su simpatía y cercanía. Los grandes de verdad suelen ser sencillos e incluso tímidos. En su recuerdo y admiración recojo el fragmento de uno de los poemas de Miguel Otero: “Tu voz puebla de lirios / los barrancos soleados donde silban mis versos de combate. / Tu voz siembra de estrellas y de azul el cielo pequeñito de mi alma. / Tu voz cae en mi sangre / como una piedra blanca en un lago tranquilo/…”. Monserrat Caballé, descanse en paz.

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