Opinión

Sherlock Holmes y los dioses

El humano siempre ha soñado en convertirse o emular a Dios. Se sabe creativo por naturaleza y le gustan las historias, las que crea y recrea. Los artistas tocan el cielo con la punta de sus dedos cuando sus loados nombres pasan a la posteridad. Pero a veces son sus creaciones las que sobrepasan el tiempo, mientras sus alargadas sombras engullen a sus hacedores, al contrario de Saturno que devoraba a sus hijos.

Aquí, lejos del Olimpo, los mitos se invierten. Un ejemplo de lo que trato de exponer puede ser el que representa el genial Arthur Conan Doyle, con respecto a su hijo de ficción, Sherlock Holmes. Y hay que decir que para el autor, dramaturgo, médico, poeta, historiador…, su maravilloso monstruo devorador no era más que un ligero pasatiempo, mientras se dedicaba a escribir sobre temas muy distintos, investigaba y ocupaba su mente en asuntos para él de mucha más trascendencia. Pero el famoso detective se hizo carne para la también insaciable apetencia del lector que consumía sus historias con verdadera fruición.

Sherlock Holmes ocupó todo el espacio y en complicidad con la avidez de su cada vez más apasionados admiradores, se emancipó del papel en el que vivía y empezó a recorrer el mundo por sí mismo en lucha contra el crimen y su mortal enemigo Moriarty. Más llegó el día en el que como un Dios cansado de su criatura, Conan Doyle usó de su poder y desde el paraíso en el que moran las deidades literarias, decidió borrarle de la vida. Y lo mató. Pero fue una hazaña imposible porque Sherlock ya era inmortal. Y ha llegado hasta hoy versionado cientos de veces, personaje siempre exitoso en el cine, la radio, la televisión, las tesis, los estudios, las interpretaciones.

Sherlock mantiene toda su sagacidad, su fuerza, el poder de observación, su violín, su manifiesta adicción, su pipa, sus artilugios de laboratorio, su vida relatada paso a paso por su inseparable amigo, el doctor ­Watson, y su fiel ama de llaves, señora Hudson. Todos ellos forman un mundo siempre actual, atrayente y excitante, mientras su creador asumió la derrota.

Jamás pudo difuminar a quien un buen día decidió dar vida. Y por eso, después de su prolífica trayectoria en otros importantes campos, se lamentó injustamente: "Si en cien años solo soy recordado como el hombre que creó a Sherlock Holmes, mi vida habrá sido un tremendo fracaso".

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