Opinión

Cuando los dioses nacían en Extremadura... y España

El pasado sábado, en una pequeña localidad extremeña, Fuentes de León, se reinauguraba un Monasterio del siglo XVI/XVII convertido en pequeño hotel después de haber sido restaurado con bastante cuidado. Acudí por razones de amistad y porque me parece que atreverse a este cometido en los momentos que corren es digno de alabanza. Y no me refiero exclusivamente a montar una empresa, que ya de por sí lo es, sino al valor añadido de invertir recursos en conservar nuestro patrimonio histórico. En esos edificios se conserva, con más pureza que en muchos libros de texto, manipulados algunos en la confección de nuestra historia por adscripciones políticas, trozos de la Historia de España que merecen ser traídos a la luz del intelecto. El símbolo habla a quien sabe hacerle hablar.

Me correspondió decir algunas breves palabras en el acto y apelé a ese sentimiento que no abunda entre nosotros los españoles: el deber de conocer nuestra historia. La primera vez que llegué a Argentina, en los setenta del pasado siglo, me sorprendió la fruición y conocimientos que los argentinos tienen de su propia historia, la facilidad con la que manejan los datos que definen los acontecimientos mas trascendentes, la cita de nombres de los protagonistas, en fin, un caudal de información mas que llamativo, sobre todo si lo comparamos con nosotros, los españoles, que no sabemos casi nada de nuestra historia como nación y que, encima, en demasiados casos repetimos como papagayos “verdades” enlatadas sin someterlas al mas mínimo análisis crítico. Es vieja la frase de que los pueblos que desconocen su historia se verán obligados a vivirla de nuevo. Añadiría esta otra: si no sabes de dónde vienes, es difícil que puedas saber hacia donde vas.

Hay momentos magníficos de la historia de España. Encontrándome en Extremadura apelé a esa tierra como fábrica de conquistadores, lo que se describe en aquel conocido texto de “Cuando los dioses nacían en Extremadura”. Aquellos hombres estaban dotados de una valentía y una voluntad de descubrimiento realmente extraordinaria. La primera vez que llegué al Caribe, hace muchos años, me vino a la mente la imagen de aquellos españoles que se atrevieron a cruzar el Atlántico, casi sin instrumentos de navegación, varar los barcos en aquellas tierras y adentrase en ellas sin tener la menor idea de lo que se iban a encontrar. Los expedicionarios a la Luna se arriesgaron, pero tenían un control capaz de ser ejercido desde Houston. Los españoles que llegaron hasta ese Nuevo mundo carecían que cualquier instrumento de contacto que siquiera aliviara los problemas

Pero, además de resaltar la fuerza de esos hombres, quise poner de manifiesto el estado de una nación que era capaz de producir algo así. Me pregunté: ¿por qué surgieron en esos siglos en España esos hombres capaces de dar sus vidas de semejante manera? Supongo yo que por el alma colectiva, por la arquitectura de valores de la sociedad del momento. La inmunología en el cuerpo físico no se percibe con los sentidos, pero es determinante de la salud y de la enfermedad. Cualquier alteración inmunológica es capaz de causar destrozos irreversibles en el funcionamiento del cuerpo. Pues bien, las naciones tienen también su sistema inmunológico, que se compone de los valores o desvalores dominantes en el cuerpo social. Para que surjan individuos grandes en cuantía y calidad suficiente es necesaria una arquitectura de valores en el cuerpo social que los propicie.

Y si acudimos al siglo XIX nos encontraremos con españoles capaces de entregar libertad y vida por leyes que abolieran los señoríos jurisdiccionales, que instauraran el control civil de nacimientos, matrimonios y muerte de españoles, de confeccionar un código civil, una ley de Enjuiciamiento Criminal, en fin, de armar un Estado con un aparato normativo que le dieran la mínima cohesión necesaria, esa que hoy nos empeñamos, con desprecio de la entrega de aquellos hombres, en descomponer, confundiendo el valor de la pluralidad cultural con la confección de nuevas formas de señoríos jurisdiccionales en un momento en el que Europa quiere -eso dicen- caminar hacia una mejor integración.

En nuestra historia tenemos seguramente -como todo el mundo- sucesos de los que no podemos vanagloriarnos. Pero disponemos de un conjunto que permite sentirte orgulloso del pasado. No de todos sus instantes, por supuesto, pero si de la globalidad. Como pueblo hemos cometido errores de bulto y los seguimos acometiendo, pero en una visión de conjunto España ha ocupado un papel en el mundo de primer nivel. Otra cosa es que hemos sido pésimos administradores del éxito. Pero una cosa no empaña la otra. Por eso mismo no entiendo ese sentimiento de complejo que parece vivir en muchos españoles. Los gallegos sabemos lo que fue en términos culturales para Europa el camino de Santiago, por ejemplo.

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