Opinión

Experimentos con animales

Hay libros que iluminan determinadas zonas oscuras de nuestro conocimiento. En mi caso particular me voy a referir a tres de ellos. El primero se titula “Matanza de inocentes” de Hans Ruesch, casi 750 páginas de argumentos contra el empleo de animales en la investigación médica. Este autor define como vivisección a todos los experimentos realizados con animales vivos, independientemente que se les sea practicado un corte o no. Entre sus páginas conservo el recorte de una noticia publicada por el diario La Región el domingo 30 de marzo de 2014, un titular asegurando que la ciencia usaba entonces medio millón de animales de laboratorio al año, una necesidad para avanzar en la investigación sobre el cáncer y otras muchas enfermedades.

Hay científicos que piensan todo lo contrario. Uno de ellos es el Doctor Moneim A. Fadali, prestigioso cirujano torácico y presidente de DLRM, Doctores y Abogados para la Medicina Responsable. En su libro “Animal Experimentation. A Harvest of Shame” llega a afirmar que es una mentira ridícula achacar los avances de la medicina a la investigación con animales.

El tercer libro es todo un clásico. Conservo un ejemplar de su edición inglesa pues no ha sido todavía traducido al español. Se trata de “Vivisection or Science? An Investigation into Testing Drugs and Safeguarding Health” del veterano profesor Pietro Croce, médico, cirujano y patólogo italiano con amplia experiencia profesional en Italia y Estados Unidos.

Respecto a la experimentación con animales, el profesor Croce se pregunta cuál es el modelo animal experimental útil para el hombre. Son tantas y bien diferenciadas las especies animales, cada una con diferentes respuestas a la administración de fármacos, incluso antagónicas, que resulta difícil establecer qué tipo de análisis e investigaciones son extrapolables a los primates humanos. En sus páginas comenta el célebre descubrimiento de la penicilina. Sir Alexander Fleming fue un hombre doblemente afortunado. A pesar del hallazgo casual de tan valioso antibiótico, gracias a la contaminación accidental de unos cultivos bacterianos por unos hongos, la prueba definitiva para avalar su uso en humanos fue emplear el antibiótico en ratones de laboratorio. Aquel día, Fleming no disponía de cobayas, especie habitual para este tipo de pruebas, animalitos para los que la penicilina resulta tóxica.

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