Opinión

Niños diabéticos

Hace unos años recuerdo la preocupación de una pareja de amigos nuestros cuando se enteraron que su primer retoño padecía diabetes. Concretamente el padre sintió la sensación que su a familia le había tocado la china en esa gran lotería que llamamos vida. Y por mucho que los médicos especialistas trataron de explicarles todo lo que necesitaban saber sobre la enfermedad y sus consecuencias, la pesadumbre se adueñó de sus corazones. La intranquilidad por el futuro es un sentimiento común que también he observado en muchos otros progenitores con pequeños en situaciones especiales, desde enfermedades congénitas a trastornos del espectro autista o síndromes de Down, por poner unos ejemplos. La realidad es que cada año se diagnostican en España 1.100 nuevos casos de diabetes infantil (diabetes mellitus tipo 1), lo que supone entre el 10 y el 15% del total de esta patología, la segunda enfermedad crónica en menores de 15 años. En cifras redondas, este problema afecta a unas 30.000 familias en nuestro país.

El origen de la enfermedad está relacionado con un trastorno autoinmune que afecta a las células beta del páncreas, lo que en la práctica se traduce en una síntesis insuficiente de insulina. Los síntomas pueden surgir bruscamente desde las primeras semanas de vida, si bien durante los 5-7 años y en la pubertad la diabetes tipo 1 suele ser más evidente. Obviamente el único tratamiento efectivo es la insulina, otra fuente de preocupación familiar ante la obligatoriedad de inyectarse el medicamento y los pinchazos adicionales para los controles de glucemia. El futuro pasa por sistemas indoloros capaces de detectar los descensos y las elevaciones de la glucosa y además calcular la dosis exacta de insulina que cada niño precisa, así como vías de tratamiento alternativas distintas de la inyectable (recordamos aquí la fallida insulina intranasal).

De forma simultánea, los expertos continúan alertándonos sobre una mayor prevalencia de la diabetes mellitus tipo 2, aquella relacionada con la obesidad,  entre la población infanto-juvenil de Estados Unidos y el Sudeste Asiático. En la Universidad St. George de Londres, institución que he tenido la suerte de visitar en alguna ocasión, el epidemiólogo Christopher Owen  ha vinculado la falta de sueño con una mayor predisposición para padecer diabetes tipo 2. En la diabetes tipo 1, otros investigadores han estudiado la composición de la flora bacteriana intestinal y sus relaciones con el desarrollo de esta enfermedad, implicando su efecto modulador sobre el sistema inmune infantil.

En el caso de la diabetes tipo 2 es mejor prevenir que curar. Para ello existen ambiciosos programas que promocionan una vida más activa y una alimentación más sana desde los primeros años de la escuela. En la diabetes tipo 1, además de lo anteriormente expuesto sobre la mejora de las insulinas y sus vías de administración, las modificaciones sobre la microbiota intestinal podrían ser muy importantes a la hora de prevenir su aparición. En la actualidad, el hijo diabético de aquellos amigos es un universitario brillante y un deportista excepcional, con un futuro más prometedor que aquellos niños diabéticos de la India rural que tenían que guardar su insulina y las jeringas en una lata que enterraban en el suelo de tierra de sus cabañas intentando conservarla fresca.

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