Opinión

Carisma

Corría de boca en boca el siglo XVII que Farinelli -nombre artístico del castrato Carlo Broschi-, era Dios, hasta el punto de que la reina consorte Isabel Farnesio usó su limpia voz de soprano para curar de depresión a Felipe V, primer Borbón en el trono español. Lejos de condición tan divina a todo hay quien gane. Para  muestra Francisco I quien, sin ser Dios, supera al napolitano por goleada.

Sin duda el Sumo Pontífice más comprometido de la historia de la Iglesia, junto al efímero Juan Pablo I, quien empecinado también en limpiar la casa de arriba abajo pagó cara su osadía frente a la vieja guardia, a decir de las malas lenguas, adelantando su reposo en las catacumbas de la Basílica de San Pedro.

Como sea para asombro de propios y extraños, con la Curia boquiabierta y en un puro ay, después de la estela dejada por la Iglesia irlandesa en el caso que ocupa, dispuesto a sacudirse la rémora de la pedofilia, Francisco ha abierto en Chile  las ventanas de par en par, dispuesto a pasar la escoba debajo de la alfombra, barriendo una lacra que lleva siglos floreciendo a la sombra del Vaticano.

Tanto celibato artificial, forzando a la castidad a los religiosos por interés económico a partir del II Concilio de Letrán, tenía que acabar arrastrando la voluntad de seminaristas recién ordenados, inflamados de tanta pasión como curiosidad, y de veteranos de apetitos postergados, tan conscientes de las hambres en la crisis de los 40 como de las fugas del sistema hidráulico en la cincuentena, conllevando que si el soldadito no desfila tan derecho como debiera, en buena hora hay que darle uso al pajarito antes de que lo único útil sea la lengua.

Hasta ese fatídico año 1139 del concilio, con independencia de algún oligarca depravado, la mayoría de los clérigos disfrutaban de una vida humana completa, con media naranja o naranja entera. Pero basta que el sexo se convirtiera en anatema para armarse el belén. No es para menos, considerando que ese oscuro objeto de deseo forma parte del corazón humano, siendo el sexo parte intrínseca de la naturaleza.

Ah, pero, se puede desviar el cauce de un río e incluso embalsar su agua. Pero lo que resulta imposible es detenerlo. Cuanto más se contenga, mayor violencia desatará para buscar el mar y abrazar sus aguas. De ahí que tan antinatural conducta como la castidad se cebará en los más débiles y asexuados.

Lo lamentable es que la aberración, a diferencia de otras ocasiones donde el pecado conlleva su penitencia, apenas valió para ocultar el yerro sojuzgando a las víctimas, cuyas voces se esmeró en silenciar la institución a lo largo del reinado del papa Wojtyla, aguardando a que su sucesor, Benedicto XVI, abdicase confesándose fatigado para lidiar con semejante toro, pasándole el testigo al pontífice argentino. 

Empeñado en un pontificado purificador, sin temblarle el pulso Francisco ha exigido la renuncia en bloque de los obispos chilenos, luego de acusarlos de destruir pruebas de abusos sexuales.

Bendecido con el carisma del Espíritu, desde su exigüidad humana Francisco se crece. Buscando dignos depositarios del mensaje crístico, con su gesto el Santo Padre devuelve acendrada la Iglesia a los creyentes. Invitando a cuantos en un pasado fueron despreciados y mancillados, abre las puertas del templo acogiendo a los fieles, revalidando su compromiso con la grey y empoderando a los humildes. Porque como dijo Charles Dickens, hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

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