Opinión

Dictadura social

No hay mayor error que descontextualizar los acontecimientos para acabar con una concepción distorsionada de los hechos. Para muestra la interpretación artera de algunos sobre la 40ª conmemoración de la democracia en España, unos por tener telarañas en el cráneo en lugar de cerebro y otros por ignorantes o, lo que es peor, por pretender manipular lo que todos sabemos. Así hay quien se rasga las vestiduras y grita cosas como inaceptables en una democracia refiriéndose a personajes como Rodolfo Martín Villa, por poner un ejemplo, obviando que el reciente aniversario lo fue de una democracia que no existía ni en el papel. Lo que entonces había era miedo, tanto que los padres de la Constitución, utilizando una norma que aún siquiera se había sometido a referéndum, establecieron la mayoría de edad  a los 18 años en lugar de los 21 como contemplaba la Ley civil y penal, induciendo a los más jóvenes a acudir a las urnas —ante la eventualidad de que los mayores por temor no lo hicieran—, salvando así el plebiscito constitucional.

A lo que se ve muchos ignoran u olvidaron que la muerte de Franco en ningún momento significó el fin de la dictadura, teniendo que esperar hasta el 15 de julio de 1977 para sustituir por sufragio a los parlamentarios designados a dedo por el Régimen en el Congreso de los Diputados.

Pero que nadie se engañe, si siquiera ese acontecimiento cambió sustancialmente la situación. A la muerte del dictador el país era sociológicamente franquista —algo inevitable después de casi cuarenta años bajo el rodillo del régimen—. Por si no bastara el ejército y los demás cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, la magistratura, las leyes y, en definitiva, la Administración, se habían estructurado a lo largo de décadas por la dictadura. Por eso tanto los legisladores como los políticos tenían que navegar a dos aguas exhortando cualquier conato de golpe de Estado, algo que ahora no se entiende pero que en ese momento histórico, con una democracia endeble y en pañales, era la única forma de actuar dado el escaso margen de maniobra. Y pese a quien no lo entienda, en semejante contexto hubo que transigir para que la libertad pudiera ganar terreno, algo que se prolongó a lo largo de los años siguientes poniéndose de manifiesto con la asonada del 23F, en 1981, con la irrupción del coronel Tejero en el Congreso, incluso cuando el Ministerio de Defensa aún lo presidían militares, en este caso el general Gutiérrez Mellado, empujando al PSOE en su primera legislatura a remodelar la Administración, cuyas víctimas fueron un montón de funcionarios de carrera que, tras haberse roto el pecho para ascender en el escalafón, se vieron privados de sus puestos sin que aún hoy nadie les haya reconocido ni agradecido su renuncia.

Hablar es fácil, tanto como rebuznar, pero eso no altera en nada lo sucedido en el pasado ni desmerece a quines se expusieron para lograr que en este país la ciudadanía gozara de un Estado de derecho. Agradecer su participación en una Transición que fue real, necesaria, delicada y muy difícil  a muchas de las personas ahora denostadas es un simple gesto de bien nacidos. Con o sin prebendas, en mejores o peores condiciones, es necesario recordar y agradecer el esfuerzo y generosidad de quienes estuvieron tan expuestos a acabar en una cárcel militar o fusilados por un mal chance político como a terminar sus vidas a manos de la más de media docena de grupos terroristas que pululaban por la nación. Desde don Juan Carlos I, sin cuya intervención nadie podría ahora invocar con libertad y en voz alta una república, pasando por todos los políticos en mayor o menor medida conocidos, hasta al último de aquellos funcionarios desposeídos cuyo anónimo sacrificio supuso la mayor herencia para el país.

Tenemos la obligación de preservar la memoria fidedigna y vivificar esa democracia que tanto ha costado, impidiendo que nadie subvierta el orden constitucional con majaderías, igual que agradecer el sacrificio de quienes fueron sus artífices. Aunque últimamente esté mal visto por los neodemócratas de pacotilla ejercer el derecho a disentir de tonterías, con humildad y en homenaje, gracias a todos ellos, desde a don Juan Carlos hasta el último de aquellos funcionarios que 

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