Opinión

Dime con quien andas

Y si funciona me lo mandas. Los trabajadores públicos van poniendo a los distintos gobiernos central y autonómicos contra las cuerdas, reclamando subidas salariales que equiparen a todos los funcionarios. La presión sobre Cataluña dejó en evidencia las diferencias de sueldo abismales entre un guardia civil y un mozo de escuadra, pero también queda en entredicho la equidistancia entre la pensión media anual asturiana, que ronda los 16.500, frente a la ourensana de 10.700 euros. Esta polarización afecta a la economía del conjunto de la ciudadanía, porque si hay un segmento que siempre tira del comercio y los servicios es precisamente aquel que, aun percibiendo remuneraciones más exiguas que los operarios de empresas privadas, saben que van a cobrar su estipendio el mes siguiente, es decir, funcionarios y pensionistas.

Bajo esta premisa, al Ejecutivo le están creciendo los enanos, aunque no menos que a la Administración gallega. Mientras en Madrid los sindicatos de funcionarios reclaman un subida salarial que alcance el 8% total a lo largo de los próximos tres años, en el Obradoiro los trabajadores de Xustiza reclaman un incremento de hasta el 16%, cuestión que en nada es baladí ya que esa percepción repercutirá directamente en la mejora de las condiciones de toda la sociedad.

No cabe duda que pensionistas y funcionarios han constituido siempre las cabezas de turco de los distintos gobiernos. Aznar congeló durante 8 años sus salarios —no así el de la legión de 350,000 políticos, asesores y cargos de confianza, adscritos a la misma nómina—. Luego llegó el turno de Zapatero, que encima se los bajó, y finalmente Rajoy, ventilándoselos. En total, los funcionarios españoles han perdido a lo largo de los últimos veinte años alrededor del 30% de su poder adquisitivo sin que por ello hayan dejado de subir los precios. A los pensionistas directamente los fusilaron. A quienes a lo largo de su vida se laboral se sacrificaron para alcanzar la cotización máxima simplemente le inmovilizaron la percepción o se la revalorizaron en la cifra absurda de 2 euros al mes, y a los que cobran la mínima le ratearon hasta obligarles a escoger entre morir de no comer o de no poder pagar sus medicamentos.

Esta brutal restricción es consecuencia de la asimilación escrupulosa de las directrices impuestas por el Bundestag, aunque se haya camuflado como recomendaciones sugeridas por las autoridades bancarias europeas. Es obvio que Irlanda salió mucho antes que España de la encrucijada financiera, no menos que Portugal, nación que se ha convertido en un paradigma económico que conviene observar muy de cerca.

Porque el Estado lusitano dio la espalda a las condiciones leoninas impuestas por el Banco Central Europeo que condenaba al país a la peor de las miserias y, desafiando sus directrices y todas las previsiones, floreció merced a la subida de ingresos a funcionarios y pensionistas. Ayudado por los sustanciosos resultados de la balanza de pagos —disparada por un turismo favorecido por el desviación de otros destinos menos seguros en Asia y África—, el vecino portugués alcanzó una mejoría financiera que es la envidia del resto de hipotecados ciudadanos comunitarios.

En sintonía con esta coyuntura, España se ha visto bendecida por el hada de la industria del ocio, en condiciones similares al aperturismo tardofranquista. Pero no nos engañemos, la explotación de este sector es algo que hay que mimar. Cierto que España goza de un patrimonio histórico que ensombrece a Portugal, pero habría que preguntarse por qué este último continúa con su producción al alza con una hacienda más pobre. Seguramente tiene mucho que ver haberla enfocado como una actividad sostenible y profesionalizada. Quizá ahí está la clave de este negocio, personal capacitado en escuelas de hostelería, en España destinado casi en exclusiva a hoteles de alto nivel o Paradores, mientras restaurantes y cafeterías acogen a trabajadores con escasa formación relativa al ramo. Porque como dijo el escritor y dramaturgo romántico francés Alfred de Musset, lo realmente importante no es llegar a la cima sino saber mantenerse en ella”. 

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