Opinión

El chucho de Sánchez

Quién iba a imaginar que tanto bandazo de hoy te quiero y mañana no, contigo pero a la vez sin ti, voy pero me quedo; no hago, ni hago ni deshago, al final le produciría a Sánchez tamaña renta en Andalucía. Y es que el etéreo titular del Gobierno central -ese señor que evoca una permanente divagación en el aire- ha rescatado del tablao del descontento la copla que ladra su flamante rottweiler, con el que azuza a propios y a sus socios potenciales.

Más que enrocado, encabronado en no apearse del escaño pese a su propuesta inicial de convocar elecciones con carácter posterior e inmediato a la moción de censura, el de Tetuán va para ocho meses mareando la perdiz sin llegar a ningún lado, lastrando la economía y la estabilidad presupuestaria.

A estas alturas no hace falta ser economista ni la mayoría del respetable necesita un croquis para comprender que, sin presupuestos, es imposible avanzar, o que gobernar en minoría es lo más parecido a columpiarse a diario sobre el abismo. 

Este último punto -que Rajoy experimentó en carne propia-, es el que mayores quebraderos de cabeza le supone a Sánchez para desgracia de la ciudadanía. Porque si la primera parte de la actual legislatura estuvo condicionada al voto de la minoría vasca para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, desde el desalojo del PP de la presidencia, la situación de Sánchez no sólo no ha mejorado sino que va de mal en peor.

Al menos en Andalucía, Juanma Moreno, tras el tirón de orejas de Abascal por querer ningunear a Vox, ha buscado una cierta afinidad ideológica para formar gobierno, negociando antes de sentar las posaderas las líneas generales que permitan la gobernabilidad, con el apoyo de sus socios.

Nada que ver con Sánchez, que en junio de 2018 venía de paso y se quedó de prestado, galanteando a la novia catalana con lo que ella desprecia como rosas marchitas y bombones caducados. Porque, consciente de que claudicar ante los independentistas le daría los votos para aprobar los presupuestos, de paso que el tiempo justo para hacer las maletas antes de ir a jugar al tute con Oriol Junqueras y los Jordis en el centro penitenciario de Lledoners, y al escondite con Carme Forcadell en la prisión de El Catllar, el presidente del Ejecutivo ajusta la correa de su flamante perro de presa, amenazando a Quim Torra con librarlo del bozal si no lo apoya en su aventura presupuestaria.

Y es que el can es la última apuesta de Sánchez, de la que pretende sacar tajada para allanar el camino de las presidenciales del 2020, consciente de que el precio es la consabida medida de bajar los impuestos tomada por sus predecesores deriva a pura utopía si no dispone de efectivo que le garantice un café para todos preelectoral, porque, que nadie se engañe, el pufo de subirle 9 céntimos al combustible para hacer política social, considerando que el 80% de los impuestos se diluyen en la cosa pública, no convencen a nadie.

Está claro que, pese a la falaz intención de voto del barómetro del CIS, el inquilino de Moncloa debería considerar convocar elecciones de una santa vez, en lugar de intentar convencer a la ciudadanía de la cuadratura del círculo, pregonando un PSOE vencedor hipotético en una convocatoria legislativa. Un año no da para hacer legislatura ni para vivir de la renta de haber logrado nada, ese rédito del que todos sus predecesores disfrutaron después de haber tomado el timón de una legislatura entera.

Sánchez debería tener muy presente la visión de Abraham Lincoln al afirmar que se puede engañar a parte del pueblo durante un tiempo, pero no a todos siempre, porque como dijo Ted Kennedy, en política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es totalmente correcto, está mal.

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