Opinión

Empanada mental

Después de que la Ley de Memoria Histórica haya cambiado el callejero de muchas ciudades dejando bajo el nuevo letrero el antiguo nombre de las calles —estupidez inexcusable que le cuesta un riñón al contribuyente—, entra en danza el traslado de los restos mortales de Franco desde el Valle de los caídos, como si esa fuera un cuestión preocupante para la mayoría de electores que observan como los promotores de la iniciativa pretenden pagar con dinero publico la exhumación, el traslado y la inhumación en su nueva ubicación, como si ello fuera a variar un ápice la historia o el discurrir cotidiano del país. A los españoles les interesa la economía, el paro, la calidad del empleo, la educación y otros temas esenciales bastante alejados del interés morboso de Pablo Iglesias, de 38 años, por los huesos de un señor que hace ya 42 otoños que cría malvas.

En virtud de esa memoria histórica conviene hacer una semblanza del Valle de los caídos para poder juzgar con conocimiento de causa la naturaleza de los hechos, sin sesgos ni manipulaciones. Financiado con algo más de un millón de pesetas por suscripción popular y mediante sorteos de lotería nacional para que no fuera una carga para el Tesoro Público, a nueve kilómetros y medio del Monasterio del Escorial y en plena Sierra del Guadarrama, se levantó entre 1940 y 1958 un conjunto monumental que acoge los restos del general Franco y José Antonio Primo de Rivera junto a los de 33.872 combatientes de la Guerra Civil, pertenecientes a ambos bandos. Concebido en origen como una obra faraónica para saciar la megalomanía del Caudillo y como divisa del nacionalcatolicismo exaltando a los muertos en la denominada Gran Cruzada, a partir de 1950 mudaría su finalidad para rendir homenaje a todos los caídos sin exclusión, buscando la reconciliación nacional. El mausoleo, que exhibe la cruz más grande del orbe cristiano levantándose hasta los 150 metros de altura y con 24 metros de longitud cada brazo, es anualmente frecuentado por hasta 500.000 visitantes, aportando cada año dos millones de euros a las arcas del Estado. 

Estudiado con profusión por el profesor y doctor en historia Alberto Bárcena Pérez, contradiciendo la insustentada teoría de Paul Preston, ningún preso político fue obligado a trabajar en él. Seis años de investigación cotejando documentos y testimonios puso de manifiesto que los prisioneros que trabajaron en la construcción no eran forzados sino que debían solicitar el destino, compartiendo con los trabajadores libres idéntico trato y sueldo, cuyo importe se entregaba a la esposa e hijos menores de 14 años, además de redimir cinco días de condena por uno trabajado.

En 1977 las Cortes aprobaron la Ley de Amnistía buscando la convivencia pacífica entre los españoles. En el año 2007, el funesto Zapatero aprobó la “ley de enfrenamiento”, también conocida como de Memoria Histórica, poniendo el acento en sandeces como el nombre de un hospital pero evitando mencionar los escasos medios con que su gobierno lo financiaba, dejando de relieve que su prioridad, lejos de servir al ciudadano, era despistarlo eludiendo que cayera en la cuenta de las carencias por mala gestión de la cosa pública. Desde entonces los más preocupados por los restos del dictador son curiosamente quienes por su edad no vivieron ni siquiera el tardofranquismo, naciendo y creciendo durante la democracia. Omitiendo todo reconocimiento a las víctimas de la dictadura, su único fin es capitalizar una sed de venganza que ni les compete ni atañe pero que, bien instrumentalizada, busca confrontar a los españoles como táctica para saltar al poder ahorrando propuestas que mejoren el país y rehuyendo romperse la espalda por el electorado, aplicando el divide y vencerás. 

Una de las más socorridas estrategias cuando la política interna falla es cambiar el foco de atención distrayendo con debates ajenos apartando lo realmente importante. A estas alturas Franco no quita ni pone nada, las formaciones en el Congreso le deben lealtad a los ciudadanos, aprobando unos presupuestos que ocupan a todos y no sólo a un partido. Eso sí le importa a los españoles. Y los muertos que descansen de una vez en paz porque, como escribió Javier Marías, los muertos sólo tienen la fuerza que los vivos le dan.

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