Opinión

Exabrupto

Basta mirar al otro lado del charco para comprobar como abundan las víctimas de una educación especializada y carente de formación humanista, Tal es el caso del mandatario estadounidense, que tiene al respetable acostumbrado a soltar por la lengua las más sonadas perlas.

Nadie puede discutir que su paso por la universidad de Fordham, el Wharton Business School y la academia militar de Nueva York no le hayan dado tablas para manejarse en el mundo de los negocios, pero sin duda, por encima del ámbito de la política, en el de la diplomacia, este bruto debería tener presente las palabras bíblicas de Mateo, capítulo 15, versículo 11: “No lo que entra en la boca contamina al hombre sino lo que sale de ella”. Lo que se pronuncia es lo que sale del corazón, la palabra es el pensamiento materializado y, parafraseando al propio Trump, es la boca la que es susceptible de convertirse realmente en el mayor agujero de mierda.

Obviando las relaciones internacionales, el presidente estadounidense acaba de mandar el mensaje más racista y patético que ningún mandatario podría ni siquiera sugerir. Empeñado en rechazar a cualquier inmigrante o exiliado, Trump se ha montado él solito una guerra personal contra el mundo, presumiendo que el resto de los países, a excepción de Noruega, se compone de delincuentes.

Olvidando que la mayor riqueza de un país no está en sus materia primas, minerales, combustibles o paisajes sino en su capital humano, Trump ha vuelto a insultar a medio mundo, deshonrando a todo occidente con sus manifestaciones.

Ofendiendo a los haitianos, ignora que junto a Liberia, Haití es el penoso recordatorio de la vergüenza del mundo industrializado que institucionalizó la esclavitud.

En su cruzada frente a la inmigración Trump desoye que sus antepasado vinieron del norte de Europa, empujados por el pobreza o la ambición, como todos los antecesores de los haitianos llegaron de África como mano de obra gratuita.

Y Honduras, ah, Honduras, habitada por los descendientes de mayas y aztecas, sin duda habitantes de América bastante anteriores a la llegada de los bisabuelos de Trump, un fanático empeñado en convertir a su país en un gueto, apartado de cualquier contacto comercial, tecnológico o humano con el resto del planeta.

Obsesionado en levantar tapias en lugar de puentes, a este legitimista de sus rancias raíces americanas habría que preguntarle qué opinan los sioux, navajo o hasta los pueblos de su proyecto de Gran Muralla Americana.

Insensible a su entorno aún no ha comprendido que no hay muro, policía de fronteras ni ejército que pueda contener el hambre, y que la única forma de contener ese flujo migratorio es creando riqueza en el origen de la pobreza.

La actitud racista de Trump ya se puso de manifiesto en ocasiones anteriores pero esta vez colma el vaso. Después de su acoso a los latinos durante su campaña electoral, ahora carga contra loa afroamericanos, alimentando un modelo de sociedad de castas.

Sería interesante saber en qué peldaño de la escalera de la evolución de la especie tienen catalogado el Gran Espíritu, Manitú o Pachamama al endiosado Trump, puestos a mencionar a divinidades americanas. En cualquier caso, el único muro que constituye una solución a largo plazo son el Telón de Acero o el de Pink Floyd, aquellos que con el tiempo se acaban derribando.

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