Opinión

El fin de una era

Hay hombres y acontecimientos que marcan toda una época. Ni siquiera Gandhi llegó a soñar con un movimiento social como la Revolución de los Claveles, el levantamiento incruento del pueblo portugués contra la dictadura de Salazar, que contagió de esperanza a una España que en los mentideros susurraba su sintonía, Grândola, vila Morena, la composición del maestro represaliado y cantoautor José Afonso “Zeca”, que constituyó el icono de todo un hito político.

Aquella sublevación marcó un punto de inflexión en la realidad geopolítica europea, que empujaba los resquicios de los regímenes totalitarios y el fin del colonialismo luso y español. 
Una nueva realidad social que exigía la presencia de personalidades templadas de la talla de Mario Soares, como guías para lograr la integración de Portugal en Europa, transitando de la dictadura salazarista a la democracia.

Una historia jalonada de logros pero también de paradojas. Soares, considerado uno de los padres del país vecino, falleció este 7 de Enero sin llegar a ver a su país fuera de la crisis económica que casi lo devastó.

Cierto que  no todas sus decisiones fueron exitosas: la descolonización del antiguo imperio independizando a San Tomé y Príncipe, Angola, Mozambique, etc., también facilitó la invasión de Timor Oriental por fuerzas indonesias, un paralelismo que en España se dio al emancipar el Sáhara invadido de inmediato por Marruecos.

Pero con aciertos y fracasos, Mario Alberto Nobre Lopes Soares durante una década presidente de la República portuguesa y durante cincuenta luchador infatigable por la libertad en su país, murió sin ver cumplido su sueño de una nación más próspera, ante el panorama de una economía tambaleante.

Para los españoles, en pugna con otros estados por la conquista de América, después de despreciar históricamente a nuestros vecinos, cuesta entender que Portugal haya sido un imperio de proporciones semejantes al español, con territorios en África, Asia, América y Europa, donde tampoco se ponía el sol. De ahí que políticos de la talla de Soares tuvieran dificultades para encajar el desastre económico luso de 2008, pese a la vocación europeísta del país ibérico.
Como fuera, expatriado, regresado, luchador y resistente, su óbito supone pasar una página en la historia, no sólo de Portugal sino también de España y de Europa. El fin de una forma de concebir una política y sociedad que ahora despega hacia una globalización como un río que nos lleva, dejando una profunda huella y un sentimiento de orfandad entre los suyos. Portugal honra a aquel exiliado procedente de Francia que el 1 de Mayo de 1973  desembarcó en Lisboa recibido en olor de multitud, tras aquel 25 de Abril cuya banda sonora aún hoy pone la carne de gallina. Un himno a la libertad que resonó en las conciencias del Tardofranquismo como un resquicio que abría el país al resto de una Europa deseosa de recibirla y un pueblo igual de ansioso de libertad.

Sus restos descansarán junto a los de su compañera, María Barroso, en el cementerio de los Prazeres, tras ser velado en distintas instituciones. Primer ministro, europarlamentario, Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional —reconocimiento que ostentó al lado de personalidades como Isaac Rabin, Yasir Arafat o Helmut Kohl—, Fundador del Partido Socialista Luso en el exilio, Consejero de Estado y Presidente de la Fundación que lleva su nombre, Soares se mantuvo activo prácticamente hasta el día de su muerte a los 92 años, seguramente porque como sostenía el filósofo alemán Friedrich Hegel, nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión.

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