Opinión

Follaburros

Si cierto es que Gibraltar es una espina en el corazón de muchos españoles, más que por la pérdida de soberanía por la aviesa razón como pasó a manos de Inglaterra, también lo es que a estas alturas en las que el país lleva décadas incorporado a la Unión Europea, a buenas horas se va a enzurizar con Londres por un territorio que a la postre la ONU ha catalogado como de próxima descolonización.

Marginando los motivos históricos que llevaron a la cesión del Peñón a manos inglesas, la “premier” británica ha sido muy torpe al activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa. Pero lejos de apoyar su omisión Isabel II, su partido o incluso la oposición parlamentaria, le ha salido valedora la prensa amarilla de su país, propagando un libelo inflamable y beligerante que, basado en la impotencia y el insulto, llama abiertamente a la guerra contra España, como si el Gobierno de Rajoy no tuviera otra cosa que hacer.

En España la tontería inglesa ha caído en saco roto sin que nadie haya acusado recibo de la estupidez, conscientes de que si bien es el Ejecutivo español quien por primera vez tiene la sartén por el mango, por otro lado la salida de todo de los ingleses apenas constituye una provocación que, bien engrasada, buscaría algún tipo de compensación por una hipotética conflagración, aliviando sus arcas frente a las indemnizaciones que tendrá que satisfacer como consecuencia del “brexit”.

Aquella salida que en un principio de barajó en Bruselas como un desastre incuantificable se ha revelado ahora como una prueba que revalida a la Unión Europea. Lo que no mata sin duda hace más fuerte, y si hay algo que demuestra la postura de Inglaterra es que, no sin lamentar una decisión se semejante calado, Europa se consolida como bloque económico y político. 

Porque ese es el trasfondo del Reino Unido, un Estado asociado a la antigua CEE con el interés exclusivo de obtener un beneficio comercial de su estructura económica, sin mostrar nunca una verdadera voluntad de integración al proyecto común europeo. De ahí su altiva permanencia excluyendo su incorporación al euro.

La altanería ha sido siempre un rasgo generalizado en los ingleses, considerándose igual propietarios de Portugal que colonizadores del Levante español, Andalucía y Canarias. En Ibiza tiempo ha que no son muy bien recibidos por domingueros mientras en Baleares la Federación Hotelera de Eivisa reiteradamente ha denunciado el “balconing”, la irresponsable moda de tirarse borrachos como cubas desde el balcón a la piscina del hotel. La imagen proyectada por los ingles, tanto en el vestir como en el devenir diario no es por lo general la más apreciada y todo el mundo rechaza a los “hooligans” como gentuza violenta y follonera. Pero a diferencia de la prensa amarillista inglesa, aquí se es muy consciente de que esta minoría no refleja a los 750.000 británicos que tienen fijada su residencia en España ni los 15 millones anuales que la visitan, de igual modo que la colonia laboral española no sólo enriquece mediante sus impuestos y su dedicación las arcas y el bienestar de Londres, sino que además son profesionales de los que en este momento difícilmente podrían prescindir al carecer de sustitutos.

Con o sin la UE, las relaciones hispano inglesas tendrán que regirse por el entendimiento y la diplomacia, dentro de los límites impuestos por la pertenencia o la exclusión del modelo comunitario, por el bien de todos. Para los amarillistas que acuñaron para los españoles el neologismo de follaburros sólo cabe una pregunta: ¿acaso los españoles se han tirado a tantos hijos de la Grandísima Bretaña como para que los ingleses los consideren follaburros?

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