Opinión

¿Franxit?

El patio anda revuelto por el país galo sin que nadie atine a saber en qué quedará la cosa. Ya en anteriores comicios el triunfalismo le jugó una mala pasada al padre de la actual candidata a la presidencia de la república. Pero eso no amilana a Marine Le Pen que esboza en sólo dos decisiones cuáles serán las líneas maestras de su hipotético gobierno.

Un ministro eurófobo y la implementación —ni ella misma sabe cómo—, de una moneda alternativa al euro circulando por los países de la UE, relegando la moneda única a un papel que no se distancia del antiguo Ecu, como simple unidad de cuenta con propósitos empresariales. Pero su  proyecto excede a golpear a Bruselas con un puño de hierro: de triunfar su candidatura reclamará para Francia, además de la moneda,  el territorio, la ley y la economía, extorsionando a las autoridades Europeas con la salida de Europa de otro hijo pródigo.

De esta guisa en cada Estado miembro circularía una moneda de uso corriente y otra para transacciones, suponiendo en primera instancia el rescate interno de la soberanía económica sobre los bancos nacionales, aunque a la larga  además de poco práctico se estrangularían, triturando la economía de esas mismas naciones.

Considerando las implicaciones del Bréxit, la francesa está convencida de que Europa claudicará antes que renunciar a su asociación con los galos, olvidando que sus reivindicaciones atacan directamente a la esencia del europeísmo. Le Pen aduce que la moneda única nunca contempló la idiosincrasia francesa, suponiendo un daño enorme al empleo de sus nacionales, obviando que ese argumento es otra excusa que no se distancia de la esgrimida por el Reino Unido para activar el artículo 50 del Tratado de Lisboa. El excedente laboral en ambos casos no obedece a su integración en la UE sino que es consecuencia de sus antiguos imperios coloniales y sus políticas neocolonialistas. Los problemas de empleo de ingleses y franceses no radica en que los europeos les saquen empleos sino en que se ven inundados por trabajadores de las excolonias. Marruecos, Madagascar, Argel, Chad, Túnez, Somalia, Seychelles, Mauricio, Camoras..., antiguos territorios africanos de ultramar que acabarían pasando factura a Francia, en analogía al Reino Unido, inmerso en sus propios problemas con los territorios emancipados de su antiguo imperio colonial.

La respuesta al desplante de la candidata  al Elíseo es el endurecimiento de la salida de Inglaterra de Europa, disuadiendo a terceros países de caer en la tentación de romper la unidad a la primera de cambio. Europa no es un proyecto egoísta y unilateral que sirve a un sólo país sino un mecanismo para extender paulatinamente la riqueza entre los pueblos que la integran. Para la mayoría supuso la financiación de estructuras y comunicaciones que permitieron el despegue económico,  el acceso a mejores y más abundantes bienes y equipos, el bienestar así como una más responsable protección social, jurídica, sanitaria y educativa de su ciudadanía.

El hipotético abandono de Francia sería una pérdida a lamentar, pero pruebas como el Brexit finalmente han fortalecido a la Unión Europea en defensa de sus integrantes frente a las políticas proteccionistas y más o menos agresivas de mercados como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las autarquías nunca funcionaron bien. En la actualidad los países son territorios interdependientes porque es imposible hacer el camino en solitario.

Ni siquiera Cuba o Corea del Norte, entre otros, permanecen solos sino bajo fórmulas como los Países No Alineados. Esta es una amarga experiencia que afecta a Nicolás Maduro, peleado con todos aunque subordinado a la realidad de que, fuera de la Organización de Estados Americanos, no tiene medios ni para conseguir papel higiénico. Francia tampoco es una excepción. Si en Europa no da remado, ¿en qué aguas turbulentas conseguirá mantenerse a flote fuera de ella?

Te puede interesar