Opinión

Gas Putin

Ruso también pero alejado del igualmente mediático Rasputín, el presidente moscovita inauguró una planta de gas licuado en pleno Ártico que abastecerá entre otros a España. Asombrando como el místico Rasputín, el inquilino del Kremlin desafió al frío con una celebración al aire libre con una temperatura que rondaba los -25ºC. Alardeando de ropa interior confeccionada con puro vodka o loco de atar como el holandés Wim Hof, le lanzó un chascarrillo al Ministro del Petróleo Saudí — con certeza el invitado de menos abrigo asistente al evento en el puerto de Sabetta—, espetándole “ahorre en petróleo, use nuestro gas”. Al festejo asistieron representantes de más de quince países, inversores, gestores y como penitentes tres representantes de la española Gas Natural Fenosa, siendo aquí donde se pone precisamente el dedo en la llaga por dos motivos bien definidos.

El primero porque se supone que la energética española adquirirá gas a un precio más competitivo que hasta ahora, sin que ello se refleje en la factura de los usuarios aunque sí en la cuenta de explotación. Pero por otro lado la gasística española ha firmado un contrato que la abastecerá durante los próximos veinticinco años del 10% de comercialización, todo ello saltándose a la torera los embargos a los que está sometida la Federación Rusa, induciendo a pensar que España desviste santos para vestir a otros y, mientras con la boca grande aplaude a sus aliados contra Rusia, con la boca pequeña rubrica acuerdos con ella. O sea, todo por la pasta, y precisamente ahí está el meollo del asunto: el hambre voraz de las eléctricas que buscan beneficios a cualquier precio.

Cabe preguntarse por qué las eléctricas no compensan a los ciudadanos por el destrozo de los ríos —algo en particular patente en Galicia—, o cuando menos no bonifican a los gallegos en su factura. Pero lo verdaderamente escandaloso es que llueva o salga el sol, con viento o calma chicha, el recibo de la luz seguirá subiendo ante la permisividad del Ejecutivo. La explicación: durante su gestión, José María Aznar sugirió a las eléctricas que el crecimiento exponencial del parque de viviendas exigiría el incremento de la producción energética en todo el país, con lo que sin ningún compromiso por escrito, las productoras se lanzaron a una bacanal caníbal constructiva  de centrales  para satisfacer su sed de beneficios.

Pero hete aquí que la burbuja del ladrillo le explotó a todo el mundo en la cara, incluyendo a las eléctricas, preocupadas por las pérdidas tras invertir “fantastillones” en túneles y turbinas para aumentar los megavatios de sus embalses y en la edificación de factorías, particularmente térmicas, ya sea que funcionen con gasoil, fuel oil, carbón o ese papel y cartón de los contenedores que inocentemente muchos depositan convencidos de que su destino es reciclarse nuevamente en papel.

Pero lo que el respetable ignora es que sólo en Galicia, lejos de las centrales eólicas y fotovoltaicas que apenas representan una minoría, funcionan más de 400 centrales de titularidad tan diversa como constructoras, centros comerciales y hasta supermercados. Todos ellos los últimos interesados en el fomento de las energías sustentables y ecológicas que permitirían establecer el coste de producción fijo ya que el sol sale todos los días. Con la excusa de la falta de agua se ha incrementado el precio de la luz cuando se obtiene de centrales de biomasa, cogeneración, residuos y termoeléctricas. 

El recibo le cuesta cada vez más al penitente porque de ahí sale el dinero para mantener activas esas centrales construidas en la era Aznar, que se mantienen activas, no para surtir de energía, sino por si hiciera falta, aunque el consumo no sólo no ha crecido sino que incluso ha bajado gracias a las luces led y los electrodomésticos de bajo consumo. 

Y si tiene dudas mire con detenimiento su recibo de la luz, observe que el cuadro de la estadística de consumo es en realidad de cobro, y compruebe cómo de dos años a hoy cada vez consume menos kilovatios aunque paga cada vez más.

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