Opinión

La danza de las horas

Salió al ruedo el presidente de la Comisión Europea Juncker para afirmar bien alto que los europeos se habían expresado en relación al cambio de horario. Manejando un sorprendente censo pretendió sentar que, en un 84%, los europeos se pronunciaron a favor de eliminar esta práctica -un 93 % en el caso de España-, según los resultados preliminares de una encuesta publicados por la Comisión Europea. Esto lleva aparejado la instauración de un nuevo modelo horario comunitario, a lo más tardar a partir de 2022, donde lo único que moverán las manecillas del reloj será la pila o la cuerda, pero nunca más habrá cambios de invierno ni verano. Eso sí, para quedar lo más ajustado a la jornada solar, a fin de cuentas la que mide el tiempo -aunque del cronómetro ya ni menearlo-, continuará una hora adelantada con respecto al astro rey para que al final nunca cuadren las cuentas, dejando siempre que quede algo con lo qué moler para que todo el mundo se quede contento ante la expectativa de que, tarde o temprano, acabará habiendo algún nuevo cambio horario. ¿Que nadie lo ha pillado? Pues de eso se trata. 

Pero visto lo que está en juego, desayunar y cenar en invierno con el fluorescente encendido o tanteando el bollo y metiendo los dedos en la taza de café como la gallinita ciega, más de uno -de un millón, de diez o de cuarenta-, se estará preguntando de qué encuesta pública se está hablando. Cuándo y a quién preguntaron y, sobre todo, quienes integran ese 93% de españoles que rozan la casi totalidad del país, sin que la mayoría no es ya que no haya votado, sino que ni siquiera se enteró de esa convocatoria. Ah, es que aquí el resultado está aún más viciado que en la estadística del pollo. Porque cuando se escarba en el recuento, el país de mayor participación resultó ser Alemania con un 3,79% de electores, seguido por Austria con un 2,94%. Que sí: para los más curiosones e incrédulos, que sepan que el porcentaje de participación español ha sido del 0,19%. ¿Que al respetable no le dan las cuentas? Pues sin problema. Según el Instituto Nacional de Estadística, España tiene una población de 46.659.302 habitantes. El 0,19% de ese censo son 88.652 personas, cuyo 93% suma la astronómica cifra de -redoble de tambor-, 82.447 españoles que han emitido su voto en la consulta sobre el cambio horario, sin especificar cuántos lo han hecho a favor o en contra.

Acerca del huso horario que tantos problemas de sueño y digestivos nos viene causando desde que, en 1916 para ahorrar carbón,  Alemania consiguió imponer al resto de Occidente, los más despiertos se estarán preguntando cuántos, de los actuales 300 millones de ciudadanos comunitarios, han participado en la consulta. La respuesta es tan patética como los resultados de España: en total, del conjunto de la Unión Europea, han votado el 0,2%. Pero lo preocupante no es ya la prisa de Juncker por prodigar en los medios su enconada defensa de la voluntad popular, argumentando que hay que escuchar a la ciudadanía aunque obviando que son cuatro gatos jugando al tute y, habitualmente, se ignora la voz de la mayoría cuando reclama mejoras sociales, educativas o sanitarias, menor presión fiscal y desigualdad, o una mejor gestión de la inmigración ilegal y una mayor seguridad de los europeos frente al batacazo cultural con los recién llegados. 

Aun aceptando el hipotético resultado anunciado por la UE, cabe preguntarse porqué se convocó a tan pocos electores y su grado de representación con relación al conjunto de la ciudadanía, como para pasarse a la mayoría y la democracia por el arco del triunfo, allí donde penden el bálano y las peloticas de Juncker, coronando el vértice del medio punto. El modelo de  rodillo usado para zanjar el cambio horario suscita cuando menos un cierto recelo. ¿Qué intereses ocultos, por qué y para beneficiar a quién? ¿A qué viene tanta urgencia? Leyendo entre líneas, para darle a Alemania hasta en el carné. Lo que probablemente esté en juego es el fin de la hegemonía germana en Europa. Una reacción a la presión austera con la que los teutones gestionaron la crisis económica, apoyándose en el Bundesbank y relegando al Banco Central Europeo,  o simplemente que todo dura hasta que se acaba y, aprovechando el vacío provocado por el Brexit, desde el otro lado de la puerta Francia aspira a llevar la voz cantante, porque el peor enemigo es siempre el zorro en el gallinero.

Te puede interesar