Opinión

La sombra del pecado

Llama poderosamente la atención que en cuanto un partido abandona el poder, al mismo tiempo se sepulta la mayoría de casos judiciales que precipitaron su caída, ya sea instigada en medio de una legislatura o al quedarse descolgado luego de convocar elecciones.

Por el contrario, de manera inversamente proporcional, a la formación política entrante le llueven las desgracias No bien un candidato toma posesión como Presidente del Gobierno Central, a la policía le falta tiempo para que los cargos de su formación, ya sea en ayuntamientos, diputaciones o comunidades autónomas, salten a la palestra por oleadas de imputados, la mayoría de la veces por prevaricación.

Claro, cabría preguntarse por las inclinaciones políticas de esos investigadores que, a lo largo de la legislatura en la que gobernaban los otros, nunca encontraron motivo de alarma en la gestión de quien entonces era la oposición.

Queda manifiesto que el escándalo político por corrupción sólo alcanza interés y notoriedad cuando afecta al gobierno entrante.

La conclusión es que a la transgresión le sigue el pecador de modo que, si los satélites están con la antena puesta, igual acontece con los recién llegados. Tal es así que rivalizando con el PP, Pedro Sánchez se rasgó las vestiduras por el copago sanitario, los impuestos, la creación de empleo y, en definitiva, todo aquello que por su naturaleza siempre mueve el interés de las multitudes.

Pero he aquí que apenas desembarcado en el Congreso, el nuevo presidente ha dejado al respetable en un pasmo sin par al tener que tragar con la ruega de molino del Ministro de Ciencia. El astronauta Pedro Duque -de quien muchos sospechan ya que sigue en la luna-, luego de una abundante semblanza sobre la escuela privada y en contra de la educación pública, ha explicado al respetable que lleva a sus hijos a un centro privado para que el día de mañana sean unos buenos inmigrantes, y todo eso después de descabalgar al de Cultura, que duró lo que un telediario.

Siguiendo su línea de interés general —aunque dejando por un momento aparcados los temas más importantes— en flamante inquilino de Moncloa se ha decantado por los temas candentes y de obligada prioridad para el interés general. Así se lanza a exhumar lo poco que pueda quedar ya de  Franco para reubicarlo en una glorieta, tema que sobre otros preocupa a la mayoría, no tanto por el hecho en sí como por buscar el enfrentamiento en lugar de la convivencia entre los españoles.

La eutanasia, que genera un debate moral y jurídico de enorme magnitud al no tratarse de un procedimiento simple e individual como el suicidio, acto en suma voluntario y personal, sino de una situación en la que el interesado demanda la ayuda de un tercero a quien encomienda y faculta para matar. La norma va a ser arbitrariamente decidida por 350 diputados antes que valorada por el conjunto de la ciudadanía, y que como Pueblo soberano debería opinar y votar en cuestiones de calado como la cadena perpetua, la creación de una Agencia de la vivienda, la propia eutanasia o el derecho de sus señorías  a cobrar la pensión máxima por ser diputado durante dos legislaturas o, en el caso de los ministros, sólo por tomar posesión del cargo.

Visto así casi no es de extrañar que algún chupatintas -o cagatintas-, abrumado por los procelosos pasillos que conducen al cuarto oscuro de algún cuerpo policial, tramen durante toda una legislatura la venganza contra los que pisan fuerte y con aire renovado en el Hemiciclo. Quizá sea que antes de irse la última vez dejaron un montón de amígos u olvidaron cerrar la puerta con llave. O tal vez es la manera de recordarles los viejos compromisos por cumplir. Aquellos que, como los pecados, con el devenir del tiempo acaban oscureciendo la luz con las sombras más largas.

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