Opinión

La madre de todas las barbaridades

Sin duda es descorazonador que el ser humano haya sido capaz de desarrollar un ingenio tan brutalmente destructivo como el GBU-43 MOAB, la madre de todas las bombas, versión cínica del arma de destrucción masiva que, no siendo nuclear emula sus estragos, en tanto sus patrocinadores presumen de su bondad al ser respetuosa con el medioambiente.

Para comprender su capacidad, si uno de esos misiles fuera arrojado en la Puerta del Sol, alcanzaría un radio de acción desde el estanque del parque del Retiro hasta la Casa de Campo, asolando las Cortes, Justicia, Embajadores, el Palacio de Oriente, el Teatro Real y la Plaza Mayor. En una latitud más próxima, de lanzarlo sobre A Coruña barrería la ciudad desde la Plaza de María Pita hasta la Delegación del Gobierno, sin dejar piedra sobre piedra del Forum Metropolitano y todo Riazor incluyendo desde el estadio hasta la playa.

Pero que nadie se engañe de su hipotética inocuidad. Mientras los Estados Unidos pregonan que apenas ha matado a unos treinta efectivos de Estado Islámico, o cien según fuentes del Kremlin, lo cierto es que el artefacto detonado por el ejército estadounidense es el último de toda una serie que se ha cobrado montones de víctimas como consecuencia de numerosos errores humanos.

Cabe preguntarse quién es Trump para ordenar un ataque contra un tercer país sin la autorización de Naciones Unidas, como si América gozara de una prerrogativa intervencionista indiscriminada, sin valorar no sólo los daños inmediatos sino las consecuencias que ese acto unilateral puede acarrear al resto de países.

Al alarde estadounidense le ha seguido el ruso —un artefacto infinitamente más devastador—, apodado el padre de todas las bombas, en una carrera absurda que rememora los peores momentos de la Guerra Fría en la que por ahora, lejos del impacto explosivo, por fortuna no ha trascendido a la bravuconada.

Con otro frente abierto en Corea del Norte, el impulsivo presidente americano no da abasto en sus amenazas, respondidas por el tercero de la dinastía comunista del país asiático que, sin amilanarse, muestra los dientes desafiándolo con su propia versión de la bomba atómica.

Sin conocer las cifras exactas, se estima que el desarrollo del GBU-43 MOAB, arma bastante más barata que un misil nuclear, costó 314 millones de dólares a los que se suma el precio unitario de cada proyectil rondando los 16 millones. Salvar la vida de un niño hambriento en África cuesta 40 dólares, por el precio del misil se habrían salvado más de 8 millones de personas. Quizá esto explique por qué el mundo está patas arriba e ilustre dónde nace tanto odio, más aún considerando que muchos de esos niños son seguramente esclavos modernos que han trabajado, a cambio de una escudilla, para obtener la materia prima con la que se construyó la bomba.

La malaria es una enfermedad que anualmente produce fiebre a una población de entre 400 y 900 millones de afectados, cobrándose la vida de entre uno y tres millones de personas al año, sin que jamás se haya invertido 314 millones en investigar un remedio ni 16 millones en facilitar una vacuna. Si se emplease el dinero en el bienestar de las personas seguramente no habría tantas guerras, enfrentamientos y conflictos

Lo realmente preocupante, por encima de la capacidad militar de los contendientes, es que la mayor amenaza para la paz y la convivencia sea el propio ser humano, porque evocando al filósofo y jurista francés barón de Montesquieu, los malos ejemplos son más dañinos que los crímenes.

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