Opinión

No habrá paz para los malvados

L os rescates son dolorosos porque siempre hay un impedido o un secuestrado al que liberar, de ahí que conviene hacer un balance minucioso de lo que pasó en España. Lo primero que hay que dejar bien claro es que no se trató de un rescate a la banca sino de dos. El primero se produjo durante el gobierno de Zapatero, entre el 2008 al 2011, cuando el Ejecutivo socialista avaló un crédito de 100.000 millones de euros en tanto el Banco de España intervenía Caja Castilla-La Mancha, Cajasur, la Caja de Ahorros del Mediterráneo, el Banco de Valencia y la Caja de Madrid, ahora Bankia, nacionalizando por casi 5.000 millones pagados por el FROB a Caixa Catalunya, Novacaixagalicia y Unnim. Apenas cinco años más tarde y 100.000 millones después, el entonces flamante Gobierno Rajoy, con una buena parte de las cajas integradas en Bankia, anunció que la banca nacional necesitaba 50.000 millones de euros más, inyectando en definitiva casi 60.000  procedentes del rescate bancario español.

Estas cifras, que da vértigo sólo pensarlas, supuso un daño brutal a unos españoles que, a las penurias propias por la amortización de semejante deuda, se les sumó el papel de rehén que han jugado en todo este mal negocio. Embargos, desahucios, juicios a ciudadanos cuyo único delito fue salir en defensa de sus vecinos frente a los responsables del desastre, paradójicamente hasta ahora siempre indemnes e instrumentalizando a las fuerzas de orden público y a la autoridad judicial. La ruina de muchos empresarios y autónomos cuya consecuencia fue la caída del castillo de naipes laboral por el que hasta 20 millones de trabajadores, incluyéndose a sí mismos, acabaron en el paro.

Pero por si no bastara, a la orgía de malversación perpetrada con preferentes, créditos al ladrillo o al consumo engordados sin garantías y préstamos para la financiación de partidos políticos, con sus consecuentes condonaciones y demás desmanes, se une el agujero patrimonial provocado por el inflado de las pensiones por jubilación e indemnizaciones por cese de los consejeros de entidades como Novagalicia Banco, reflotada con 9.000 millones del FROB y vendida al grupo venezolano Banesco para mostrarse con  la marca comercial Abanca.
En conclusión, el Fondo de Reestructuración Bancaria Ordenada (FROB), cifra en 58.996 los millones de ayuda directa a la banca, de los que la propia institución calcula recuperados 4.837, pese a que el Banco de España lo tase en  2.515. Cualquiera de las dos cifras, incluso la suma de ambas, es una miseria frente al coste social y económico que ha supuesto el desfalco de las Cajas. 

Finalmente la sala de lo penal de la Audiencia Nacional, presidida por Alfonso Guevara, ha ordenado el ingreso en prisión de los cuatro exdirectivos de Novagalicia Banco, Pego, Rodríguez Estrada, Corriarán, Gayoso y el asesor externo Ricardo Pradas,  pese a que en principio parecía que resultarían indemnes al recibir una sentencia por lo general eludible dos años de cárcel. Pero excepcionalmente el magistrado ha ordenado su ingreso en prisión en base a la especial gravedad de los hechos y por tener pendientes otras causas, además de no haber satisfecho todas las cantidades reclamadas. Cierto que su  encarcelación no va a restituir el daño causado. A nadie le alegra que estas personas estén en la trena ni mucho menos la razón por la que acabaron en ella, pero sí satisface saber que la Justicia no es ciega, si a lo sumo miope, tal como lamenta el propio juez Guevara al aducir lo benévola de la pena —exigua según el Supremo—, sin que nadie reclamara una mayor.

Como sea resulta ejemplar y supone un punto de inflexión contra la impunidad que hasta ahora disfrutaban los responsables de la gestión de entidades financieras. Aunque no estén todos los que son, 250 directivos y consejeros imputados, nombrados a dedo por ayuntamientos, diputaciones, partidos y sindicatos, intuyen lo que se avecina, mientras urge el apoyo masivo a magistrados como la juez Alaya que denuncia el peligro que corre el Estado de derecho y la separación de poderes, porque evocando las palabras del escritor latino Lucano: la virtud y el poder no se hermanan bien.

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