Opinión

No hay porvenir sin memoria

Sin  duda el horrendo atentado de Manchester nos llena de tristeza e indignación. Nos preguntamos como ciudadanos civilizados cómo es posible que alguien sea capaz de elucubrar actos tan indignos, descubriendo con sorpresa y enojo que se trata de un posible lobo solitario, una nueva versión de micro células terroristas integradas por un sólo individuo que, latente durante décadas, inesperadamente despierta descargando su brutal violencia.

Tras el execrable ataque se han puesto de manifiesto todo tipo de ofrendas. Ramos y cirios tapizan las plazas de las ciudades en solidaridad por las víctimas, a quienes seguramente se les erigirán monumentos conmemorativos que llevarán inscritos para la eternidad su nombre.

Lo que seguramente no hemos hecho es preguntarnos, como integrantes de una raza universal, la razón de tan viles crímenes. ¿Acaso es consecuencia del desequilibrio de una sola mente, o quizá es consecuencia de la alteración de una sociedad o incluso de toda una especie?

En Etiopía millares de niños fallecen de hambre mientras Occidente sobrealimentado permanece mudo. En Irak y Libia una horda de huérfanos rebuscan entre la basura para echarse algo a la boca mientras en Siria, Rusia se alterna con la Coalición Internacional para barrer del mapa mediante una lluvia de bombas un colegio lleno de niños, un hospital repleto de enfermos o un zoco donde pacíficos habitantes intentan sobrevivir en su quehacer diario.

Nadie enciende ni una sola vela por ellos. Sus cuerpos se descomponen bajo tierra en una fosa  común tan ignorada como anónima fue su vida. No hay flores, monolitos, ni violines en las avenidas llorando en su nombre. ¡Pero existen! Sus padres han de vivir idéntico infierno, el mayor castigo al que se pueda someter a nadie, porque estamos preparados para enterrar a nuestros padres pero no a nuestros hijos. 

Si no empezamos a reflexionar y tomar conciencia de por qué suceden las cosas será imposible solucionarlas. Cierto que el presente es consecuencia de decisiones tomadas por nuestros antepasados a quienes recriminamos sus actos por más que no podamos cambiar el ayer inamovible. Pese a ello no somos deudores de sus equivocaciones como tampoco de su codicia, aún obteniendo innegables rendimientos de su herencia. 

La mayoría de los seres humanos anhela vivir en paz, en un recíproco respeto hacia la diversidad, social, religiosa, política y cultural de cada pueblo. Pero tan magna aspiración es inviable si sólo unos pocos viven en la abundancia.

En un planeta donde se desperdician toneladas de alimentos ha llegado el momento de desterrar la idea de la escasez y comprender que hay de sobra para todos. Hemos de buscar la manera de hacer realidad esa copiosidad a lo largo del orbe, evitando alimentar el rencor de millones de necesitados que, desposeídos de todo, continúen su escalada de terror.

En cada siglo hay una generación elegida para cambiar el curso de la Historia. No podemos modificar el pasado, pero sí cambiar el legado que dejemos al mañana. Deseamos con todas nuestras fuerzas que en el devenir, cuando la posteridad nos juzgue con idéntica dureza, lejos de reproches se alabe nuestra generosidad e inteligencia. 

En humilde homenaje a todos los niños masacrados por la barbarie, ahora sólo de nosotros depende que el libro del futuro se escriba con letras de sangre o de confianza porque, como anotó el poeta inglés Alfred Tennyson, nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza.

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