Opinión

Perspectiva para levantar ampollas

Cuanta frustración puede haber en el mundo después de que, tras la muerte del dictador, Raúl Castro ha salido a la palestra a reafirmarse en adalid del comunismo y defensor  del régimen cubano contra viento y marea, alagando a cantidad de jefes de Estado congregados para las exequias del tirano en la isla caribeña.


En La Habana miles de cubanos se rasgan las vestiduras con el óbito de Fidel, para asombro de millones de ciudadanos del mundo que no acaban de comprender que Occidente no es Latinoamérica. ¿Por qué el dictador es alabado por multitud de dirigentes y naciones, pese a mantener a su país en la más absoluta miseria?


Entender esa empatía sólo es posible analizando los fundamentos sustanciales que diferencian  a cualquier país europeo de Cuba, y más tratándose de España. Resulta imposible atisbar la razón fuera de su contexto.


La hipótesis elemental y que a todos los españoles les cuesta admitir es el paralelismo entre la España franquista y la Cuba castrista. En ambas naciones se planteó un sistema político basado en un sistema de partido único con un sindicato vertical ocupando toda la administración pública.
A la muerte de Franco en España coexistían tres partidos  políticos: uno en el gobierno, un  segundo en la cárcel y otro en el exilio. En definitiva, la mayoría de los españoles simpatizaban con el régimen o a fuerza de machacar o de ocultar se habían hecho afectos o lo toleraban, de ahí que se produjera una de las más tristes realidades que a los españoles tanto les cuesta aceptar: a la muerte de Franco la mayoría de los españoles eran franquistas, por más que luego evolucionaran o mudaran de parecer.


Nada que se diferencie del gobierno de Cuba, donde el 70% de los ciudadanos nacieron después de la revolución. ¿Por qué le cuesta tanto a Europa y Estados Unidos comprender que los cubanos sean entonces procastristas? Si lo único que han mamado desde la cuna es el reproche a la plutocracia, vendiendo el comunismo como la panacea para todos los males y a Cuba como la sucursal del paraíso. ¿Cuesta de verdad tanto comprender que muchos cubanos consideren que el resto del universo es el diablo y que Raúl, como depositario de su hermano, será el nuevo mesías que los salve del demonio del capitalismo?


A diferencia de Europa, donde las formaciones políticas se esfuerzan en cada nueva convocatoria electoral en convencer a la ciudadanía su vocación centrista con excepción de la extrema derecha, en Latinoamérica aún subsisten las ideologías. Existen tanto la derecha como la izquierda, además de un enjambre de exaltados dispuestos a matar o morir por apoyarlas en un continente donde una élite de familias se turnan el poder mientras la mayoría vive bajo mínimos.


En Latinoamérica hay hambre, analfabetismo, injusticia y pobreza. No hace falta ser un superdotado para comprender que cuando alguien salta a la palestra prometiendo ecuanimidad, una marea invoque su nombre sin reparar en una falta de libertades que se conjuga con la escasez de su despensa. América latina es tan rica como África, igual de pobres como son los africanos y los latinoamericanos.


Aún tendrán que transcurrir décadas, como sucedió en España, para que se produzca un cambio en Cuba, más allá incluso de Raúl Castro. Cuando los cubanos se “intoxiquen” con el capitalismo y acaben llorando por lo que durante tanto tiempo les negó. Mientras tanto continuarán alabando su modelo político con obstinación cerril porque, como sostenía el dramaturgo del barroco español Luis Vélez de Guevara,  el hombre sólo recurre a la verdad cuando anda corto de mentiras.

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