Opinión

Por sus frutos los conoceréis

 

Dada la repercusión que busca, cabe preguntarse quién lanzó la piedra de la última entrega del culebrón Corinna cargando contra la Corona española. No importa si un comisario germano o un oportunista, dueños de un más que cuestionable dossier que, atesorado durante años, sale a la luz para moler una vez más sobre un más que manido tema, por completo descontextualizado, y en un momento en el que los únicos interesados son el tandem Echenique-Rufián, pareja de deslocalizados de segunda generación empeñados en demostrar su patriotismo.

Políticos los dos que no desaprovechan la oportunidad para cargar contra Felipe VI olvidando que, representado al conjunto de ciudadanos como Jefe del Estado, insultándolo ofenden a todos. 

Izquierda Unida y Podemos, que conforman una minoría en el Congreso, pretenden erigirse en la voz de una mayoría que no los ha votado. En su intento de fragmentar el país no dudan en inducir a los españoles a que se guíen por la prensa amarilla a la hora de evaluar. Una muestra más de la manipulación informativa de la que son capaces para obtener sus objetivos.

La estrategia es diáfana: atacar a la Corona a través del monarca emérito para, acto seguido, desintegrar la cohesión social, generando una pobreza generalizada que permita el mejor control de la población.

Acabar con la monarquía a cualquier precio es un paso más en su hoja de ruta hacía la instauración de un modelo estatal marxista y trasnochado, donde bajo la denominación de dictadura del proletariado la ciudadanía pierda derechos, libertades, soberanía y el control de la democracia.

La pregunta lógica es por qué la Corona se halla de manera permanente en su punto de mira, cuando lo que habría que analizar es la motivación para alimentar la escisión de Cataluña. La respuesta es sencilla: porque integridad territorial y monarquía son lo mismo, además de estabilidad política, social y financiera.

Sin embargo las cuentas son claras: mientras apenas el 37% de la población considera abolir la monarquía, más del 60% rechaza que España sea una república. Unas cifras que no le hacen ninguna gracia a la antedicha pareja junto a los también diputados Alberto Garzón y Pablo Iglesias, quienes a la chita callando se aferran a la pensión máxima de jubilación por sentar las posaderas apenas dos legislaturas en el Congreso.

Quizá las cuentas de la mayoría obedecen al más absoluto sentido común. Felipe VI accedió al trono en medio de una de las peores recesiones económicas que han azotado a España. Soportando críticas a su vida personal y la presión contra su familia -sometida a un juicio paralelo instigado por conspiradores en busca de un baño de sangre, ninguneando a las instituciones democráticas-, el Monarca se ha constituido símbolo nacional, logrando reflejar hacia el exterior una imagen de esfuerzo, trabajo y capacidad, que ha permitido financiar al Estado a través de los mercados internacionales en los momentos más duros de la crisis. Con su intervención se ha mostrado como elemento conciliador incorporado a la manifestación en contra del terror después de los atentados de Barcelona, compartiendo a pie de calle el dolor y la rabia con el resto de españoles. Pero también ha evitado un enfrentamiento civil, evocador de los más sangrientos episodios nacionales del pasado.

Mucho más allá de las instituciones y la integridad territorial, conociendo la historia de España y a los españoles, Felipe VI es garante de seguridad, estabilidad y convivencia pacífica. Porque si para el insigne dramaturgo Lope de Vega fue el mejor alcalde, como dijo el político comunista Santiago Carrillo -sin duda contrario de todo monarquismo-, el mejor Presidente de la República es el Rey.

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