Opinión

Treinta monedas

Viaje con nosotros, a ningún lugar... Así  entonaba Javier Gurruchaga en compañía de la Orquesta Mondragón, amenizando las noches de la movida madrileña, sin sospechar siquiera que, con el tiempo, saldría a la palestra un presidente del Ejecutivo más viajero que el papa.

No le llegó el inoportuno periplo latinoamericano -recién iniciado su mandato en lo que le queda de la XII Legislatura-, del que ya nadie duda de su utilidad, cuando, olvidando que en la oscuridad se pierde hasta la sombra, a espejo de  Zapatero imitando el más puro estilo de Obama, enfundó a su señora con una palaciega réplica de traje, pretendiendo suplantar a SSMM la Reina. En la retina del respetable parpadea aún María Begoña Gómez Fernández con fondo de armario de rojo pasión cubano, emulando a la primera dama patria, a la sazón consorte del Jefe de Estado, Felipe VI, y reina de España.

Más de uno considerará que en la crítica subyace cierta mofa, aunque apenas guarda la relación directa proporcional al mimetismo del binomio María Begoña-Letizia Obama, que la criatura ya no sabe a cuál salir .Y conste que no es por hacer leña sino justicia, a fin de cuentas, los actuales inquilinos de Moncloa, además de conscientes de que no dan un palo al agua, agotan su último y único mandato, salvo que medie tsunami, 31 de febrero en año bisiesto o asonada calentada a fuego lento.

Seguro que alguno intuyendo, cuando no sospechando, el rumor de sables, apunta directo al vacío de poder y las malas compañías para rememorar el 36 en pleno 2018. Pero que va, que nadie se asuste: pese a la enconada resistencia de los trasnochados de lenguaje soez que aún claman por la lucha de clases, la mayoría es consciente de las diferencias del clima. Cobertura social, sanitaria, médica y farmacológica. Escolarización obligatoria desde la infancia hasta la mayoría de edad facilitada con ayudas económicas para libros, material escolar y, si se tercia matrículas y gastos. Becas y acceso a formación superior de enseñanzas no obligatorias, desde grado a doctorado. Cobertura por desempleo, baja por enfermedad, maternidad y paternidad. Acceso subvencionado a la vivienda, para alquiler o compra. Protección laboral desde Magistratura para trabajadores, jubilación, sindicación, salario mínimo, formación, convenios colectivos, derecho de huelga, reunión, manifestación, opinión, acceso gratuito a la justicia... Se podría así enunciar infinidad de elementos que componen la protección social del trabajador que, con una expectativa de vida  que ronda los 85 años, se retira, luego de trabajar una media de 30 años,  a edades cada vez más tempranas, bajando ya para muchos el listón de 64 a 60 años.

Son todas ventajas sociales que constituyen derecho en una población activa de alrededor de 20 millones de trabajadores, públicos y privados, que sostienen el sistema frente a ese 8% que constituía, tocando el filo de la República, el grueso que mantenía todo el tinglado, careciendo prácticamente  de derechos, con una expectativa laboral de no más de 12 años en un mundo fabril que los devoraba cobrándose su vida, por desgaste o accidente, a una edad que no superaba los 40 años. Es decir, que el trabajador de hoy es lo que cualquier proletario de 1936 calificaría como burgués.

Ahora que los rancios argumentos de politburó ya no engañan a nadie fabulando con soltarle al dóberman, sólo faltaba en el panorama Pedro Sánchez haciendo viajar al Consejo de Ministros a costa del ciudadano. Encendiendo una vela a Dios y otra al Diablo, arañando votos para perpetuarse hasta el 2020 -presupuestos aprobados mediante-, le canta dulces melodías a Torra sustituyendo la legalidad por el oscuro concepto de  “seguridad jurídica”, un eufemismo para poder pasarse la Constitución por el arco del triunfo, alentando la enésima convocatoria plebiscitaria en Cataluña para ver si a los independentistas les dan de una vez las cuentas. ¡Y todo por un escaño! Al final pasan los hombres y los siglos, pero la traición se cotiza al mismo precio: treinta monedas de plata.

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