Opinión

Vendiendo humo

La última nota de población activa arroja un resultado cuando menos curioso: en septiembre se han destruido 26.087 empleos. En noviembre de 2011, en España había 4.420.462 demandantes de empleo. Según datos de los servicios de empleo, a fecha de hoy hay 4.094.042, es decir, una diferencia de 326.420. Pero si a esa cifra le restamos las 480.000 personas que según el Instituto Nacional de Estadística han hecho las maletas entre enero de 2012 y 2015, nos da el resultado dantesco de que a lo largo de toda esta legislatura, no sólo no se ha creado ni un solo puesto de trabajo, sino que se han destruido 153.580 más, y conste que son datos de la Administración. Esto es lo que dificulta comprender el triunfalismo con el que el Ejecutivo asalta constantemente los medios de comunicación, alardeando de unos logros planteados con información más que sesgada: claro que hay 480.000 personas que ya no demandan empleo, pero no porque se haya creado esos puestos de trabajo, sino porque se han ido a la emigración. ¡Como para jactarse del resultado!

Pero por si fuera poco, ese empleo estable del que se presume radica en estimular a los trabajadores a transmigrar a autónomos merced a una tarifa plana a la Seguridad Social, condicionada a no darse de baja en los próximos tres años —con independencia de lo bien o mal que les vaya—, bajo apercibimiento de tener que abonar en un solo plazo las diferencias de cotización. Está de más aclarar que si no llega para la mensualidad, menos aún para pagar el recargo, con lo que rascando de donde no hay se sigue cotizando el puñetero trienio, no pudiendo ser demandante de empleo en ese período.

Más allá del neologismo, llamar a esto “empleo estable y de calidad” es una verdadera burla. Seguramente es este concepto el que ha llevado al ministro De Guindos a afirmar en enero de este año que se ha perdido el miedo a perder el puesto de trabajo. Eso sí, que nadie se engañe, no porque la pérdida no sea traumática, sino porque el empleo de calidad roza lo indecente. No hace mucho las redes sociales se hacían eco de que por fin es España se implantó la jornada de cuatro horas, y que va de maravilla porque con ella el país se adelanta en años a otros países de Europa: “Te contrato cuatro horas, me trabajas hasta doce y te pago por seis, y si tienes suerte te cotizo por dos”.

A lo largo de estos cuatro últimos años se ha legislando para constreñir al ciudadano. En lugar de crear empleos se aprobaron leyes que prohíben protestar por su precariedad bajo amenaza de multas. Se veta criticar en las redes sociales so pena de cárcel. Se penaliza a los electores por reprochar públicamente a cualquier político convicto sus fechorías. Se aprueba una Ley educativa que lejos de estimular el estudio castiga al estudiante por las deficiencias del sistema. Se limita la asistencia sanitaria y se pone en entredicho el acceso a la Justicia. Este es el panorama de una presidencia que llegó a Moncloa cargada de compromisos mientras ha estado vendiendo humo. Pero no ha sido el único ante una carrera electoral ya tiene fecha para diciembre. En próximos artículos, autonomías, alcaldías y diputaciones provinciales, cada cual con sus cifras cabalísticas.

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