Opinión

Clarooscuros

Hay días que una jornada rompe en tu caverna con casos opuestos jugando a las sombras del claro y oscuridad que proyectan. Días como el de ayer, en que saltan dos noticias opuestas referentes al mismo capítulo del ser económico que resulta cualquier persona, con un protagonista conocido como Rato y otro allende el océano cual un tal Dan Price; ambos, dignos representantes de los claroscuros de la vida humana, pero, quizás en este caso, ordenados al revés: esto es, claridad en Dan y oscuridad para Don Rodrigo.


El claro que proyecta Dan Prices, es el de un empresario joven y americano que un buen día se encontró un estudio de la Universidad de Princenton en el que se afirma que para ser feliz una persona necesita ganar al menos 70.000 dólares. El dato lo interiorizó de tal forma que decidió inmediatamente designar esa cifra como sueldo base para sus 120 empleados, en un plan a tres años, para lo que rebajó su sueldo anual de un millón de dólares amén de utilizar los beneficios alcanzados del año que ascendían
a 2,2 millones. Cual si fuera una premonición de la felicidad que se obtiene por ‘lo que se hace al momento’ y no por esos otros intereses biológicos del ‘reconocimiento, poder, dinero, sexo y amor’, Dan hizo una elección que se ha convertido en noticia mundial, compartir su dinero con los que trabajan a su lado. Indudablemente su motivación moral es intrínseca, viene de dentro; Dan cree que ‘cuanto más tienes, a veces más complicada se vuelve tu vida’, por ello no se arrepiente de su decisión sino más bien al contrario celebra sentirse mejor que nunca.


La oscuridad de Don Rodrigo Rato, que lamentablemente ya no es ningún Campeador pese a su pasado buen tino como vicepresidente económico de gobierno, viene dada por otro punto de vista sobre la felicidad - opuesto al de Dan Prices- en el que predomina la acumulación de dinero, y que, efectivamente, le ha llevado a complicarse la vida un buen rato largo y malo. El patrimonio que posee cercano a los treinta millones de euros lo ha llevado, paradójicamente, por caminos de fraude al IRPF e impuesto de sociedades, amén de utilizar a hijos para esconder parte de la fianza que le exigen por otro asunto feo como el de Bankia. Dejando aparte el blanqueo de capitales que se está investigando a raíz de una amnistía fiscal, tenemos ahora a un personaje de éxito caído a la lona del ‘si te he visto no me acuerdo’, y todo ello motivado por ese felón afán ambicioso, codicioso y egoísta que rige en alguna parte del ser humano que si no se domina se dispara hasta el disparate, y en muchos casos se convierte en propia trampa de tantos que adolecen de autoconciencia. Sinceramente me da lástima Rato, por simple compasión cristiana, pero que sirva como ejemplo para otros que admiran parecidas formas de vida. Y si no hay motivación moral intrínseca, pues pagar impuestos no responde a ningún instinto social, por lo menos la haya extrínseca por las sanciones que amenazan el no pagarlos.


Tal vez la clave del claroscuro de estos dos ejemplos opuestos esté en tener o no tener un espejo frente al que mirarse mientras se obra, pues ya sabemos que el que se ve obligado a contemplarse a sí mismo mientras hace algo suele actuar con mayor moralidad que el que no se mira; está claro que si no tomamos conciencia de nuestras decisiones tampoco las identificamos con nuestra autoimagen y así tenemos el redundante ejemplo de personas que mientras no los pillan en ‘alguna tropelía’ parecen dignos ¡hasta la admiración de los demás!, pero que si por el contrario los cogen en alguna investigación allá que se caen con todo el equipo y la más grande humillación de todas, la que supone que aquella admiración anterior se vuelva en insulto y desprecio de aquellos a los que antes éste infravaloró. Lo mejor, como diría Aristóteles, vivir virtuosamente ejercitando las motivaciones externas hasta convertirlas en internas.

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