Opinión

Las cosas han cambiado

Valga este título dado por el genial Bob Dylan a su inminente gira por España (esperemos que en esta no excluya del repertorio algunas de esas canciones que arranque la voz colectiva hacia la música, y de paso que así compense tanto grito de manido eslogan político) para pensar un chisco sobre el fenmeno del cambio o no en nuestra sociedad.

Resulta significativo observar como solemos demandar cierto cambio social pero sin que nos afecte a nosotros mismos, en nuestra íntima manera de pensar o actuar. Realmente se trata de un deseo egoísta de querer que cambien las circunstancias de nuestra vida (a mejor, claro). Pero ¿por intermediación divina?: más bien no, si nos atenemos al creciente agnosticismo y ateísmo (doy fe al haber ido recientemente a una misa y haber observado a vuela pluma la media de edad de las pocas personas presentes para rezar, y que superaba los setenta años); ¿por el advenimiento de un líder sabio y carismático que dice tener todas las respuestas a cualquier problema?: más bien tampoco, por ahí no va la cosa dado los ejemplos precedentes tan inmediatos, y potentes nefastamente, de Hitler y Stalin. No, la cosa pasa, tal vez, por cierta intuición personal de un cambio necesario de nosotros mismos, por un esfuerzo personal mayor que conlleve al rechazo íntimo de todo lo putrefacto que nos invade, sin distinciones partidistas en base al amiguismo o enemistad del que la hace.

La putrefacción ha llegado a niveles tan contaminantes que una simple lectura de mismo ejemplar de periódico puede dar cuenta de cantidad de casos políticos que están siendo investigados por la justicia; cito como ejemplo de lo que digo el último periódico leído: que si se abren diligencias previas a Baltar por presuntos delitos diversos en torno a la financiación ilegal del Partido Popular en Ourense, que si el líder socialista Besteiro es imputado por malos tráficos..., que si Orozco también, que si Tania es absuelta del procedimiento investigador de un presunto trincón hermano por ‘falta de indicios severos’, que si se archiva la causa del que se toma a coña la incineración de millones de personas vivas, que si Bárcenas saca su munición defensiva con notas manuscritas por propio asesor Arriola, que si Díaz Ferrán al fin reconoce en tribunal haber sido auténtico golfo en el tiempo en el que ostentaba la máxima representación del empresariado español, que si etc., etc., etc. Así, con este panorama diario, solo el convencimiento propio individual de lo necesario de erradicar tanto comportamiento infumable puede dar una oportunidad al verdadero cambio social.

Lo otro, la manifestación del cambio por el cambio suena ya a campaña electoral vieja de Felipe Gonzalez, a un gatopardismo actual con que aparece el acontecer político actual. Intuyo momentos donde todo parece que cambia para que no cambie nada respecto al auténtico bienestar de la gente. Cambio sólo aparente, pues la casta sigue con caspa aunque ahora lleve coleta, por parecido nepotismo y cara dura como la que mostraron rostros precedentes. Que si familiar a emplear por aquí, que si familiar a emplear por allá, que si iPhones 6 (los más modernos y más caros) por la luna de Valencia, que si el marido de Colau - por listo y guapo a los ojitos de ella- a los mandos de la nueva Barcelona, por cierto, donde el desahucio ordenado ya no cuenta con stop de camiseta verde oponiéndose a la orden municipal. Bien es verdad que nos tocan formas estéticas diferentes y nuevas verborreas; frente a camisas de cuello duro suenan modernas camisetas con emblemas, tatuajes en la piel contra maquillajes combinados con vestidos de boutique, suelas planas marcando el paso por alfombras que anteriormente desfilaban algunos tacones de aguja; sí, incluso cortes de pelo, barbas y vaqueros asoman como una nue- va ola donde surfear mejor, pero que ya nos ha dado sus primeras aguadillas.

Ya lo decía Jonffroy, ‘Un día basta para comprobar que una persona es mala; se necesita una vida para comprobar que es buena’. Pero por cambiar, aunque superficialmente, que no quede, ni siquiera la fiscalidad que rebaja ‘ahora’ sospechosamente el presidente pontevedrés ante las incipientes nuevas elecciones. Aparentemente se atisba cambio con la aparición de nuevos protagonistas en el poder municipal y autonómico, de momento, pero mucho me temo que nada cambie verdaderamente, porque nadie de la vieja y nueva casta se propone seriamente dejar de ser casta. 

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