Opinión

Sobre niños y políticas

Si hay alguna cosa verdaderamente importante en la vida de un hombre obtenida individual y voluntariamente, o sea, dándose libertad espermática, es la de ser padres, la de ser hijo es dada; la de compañero, amigo íntimo, pareja o marido, no depende de uno solo sino de dos. Kafka la presentía de tal manera que paternidad para él suponía una responsabilidad de susto extremo para arriba; el poeta Rilke incluso llegó a describir síntomas de embarazado cual si su vientre macho se inflara de vida al igual que seno materno. Conozco algún amigo que siempre tuvo claro no traer niños al mundo precisamente por el amor que siente por ellos y la carga consecuente de responsabilidad. Desde luego no fue el caso de mi padre, que tuvo cinco y que consiguió lo mejor que puede esperar cualquiera que cobramos esta condición paterna a lo largo de la vida: que a pesar de haber cumplido ayer mismo 27 años de su fallecimiento lo sigamos recordando con verdadera pasión. Por cierto, ojalá les pase a ustedes también lo que a mí con mi padre, cuando personas desconocidas me sacan parecido con él para a continuación hablarme maravillosamente de su personalidad, calidad humana y profesional; me entra un gustirrinín de orgullo de mucho carajo, pues he tenido la inmensa suerte de convivir con esa persona un tiempo importante de la vida; desde luego, la mejor herencia posible es la educación recibida, y no de ‘formas’ sino de alma, porque aunque uno haya quedado a gran distancia, siempre ayuda a querer imitarlo.

Pues bien, si el papel de los padres es tan importante para la educación de los hijos, tampoco lo es menos el papel de la política educativa, y aquí ya el gutirrinín se pierde como pis por la letrina. Porque tanto te sale un monago cualquiera en plena campaña electoral sugiriendo la implantación del Hip-Hop en las escuelas, como un plan gallego de implantación informática a todo trapo para que el niño se funda desde pequeñito con el dispositivo: Xunta que no xunta sino divide, pues atomizará el grupo más que unirlo. Y si no, traigamos aquí al filósofo agamben y su ensayo ¿Qué es un dispositivo?, donde concluye que hoy tenemos ya el cuerpo más dócil y cobarde de toda la historia de la humanidad y que relaciona con los teléfonos móviles y tabletas que atomizan al grupo social volviendo a los individuos del mismo más solos en medio de la multitud.

Y es que existe verdadera obsesión por entretener a los niños y porque sean tratados como el hijo del príncipe antes de ser Buda. Que no sufran por nada, ni un azote en el culo por mala conducta por si le pica un minuto más de la cuenta la nalga, que no fuercen la memoria lo mínimo ni la capacidad intuitiva, dejémosles jugar todo el rato, démosles todo aquello que creemos les divierte. Una política ‘buenista’ que de tan hipócrita salta a la vista. Menos mal que leí al iraní Omid Safi preguntarse qué paso con el mundo en el que los niños se ensuciaban con barro, lo ponían todo perdido y a veces se aburrían; ¿tenemos que quererlo tanto como para sobrecargarlos de tareas que no los hagan sentirse solo y hacerles sentir tan estresados como nosotros? Menos mal, digo, que leí a alguien decir esto de forma positiva para no sentirme alienígena, porque cuando yo era niño jugué demasiadas veces en el barro de la actual calle Valle Inclán, que entonces era auténtico barrizal en invierno, de paso que iba al colegio, y ningún adulto trataba de impedírnoslo; jugábamos a las bolas, o canicas, donde hacíamos con las manos los hoyos ‘de la foca’ en el suelo, y no te digo ya lo de jugar con la pelota de fútbol en un campo embarrado hasta maquillarnos de barro todo el cuerpo. Y nos aburríamos comiendo pipas en el parque sin habernos muerto.

La mirada a los niños de ahora no la entiendo bien, a pesar de que fui padre de niños a los que también mimé lo que pude y más si pudiera, pero de ahí a lo que me contó ana la asturianica va un montón, pues el otro día mismo oyó a una madre decirle al hijo que no corriera mucho no fuera a cansarse demasiado, o a caerse haciéndose daño; es tal cierto proteccionismo sobre el niño que si un día no caga es capaz de pedirse hora urgente al pediatra para que retire la caca opresiva con un dedo a pesar de que la causa haya sido la tableta (no, aquí no, la de conectarse en la red) de chocolate que se ha metido por gusto entre barriguita y espalda con consentido adulto. y ojo al dato del experimento de Tomassello y la puerta que no abrirá ya el niño si no hay recompensa. 

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