Opinión

Cotilleo informal con la estatua de Zorrilla

Hace unos días, estando yo en Valladolid, después de haber cenado con unos amigos, iba camino hacia el hotel cuando al pasar por una plaza, en un banco estaba sentada no una persona, sino una estatua, la estatua del poeta inmortal don José Zorrilla.

Con voz impostada, me ruega:

-Por favor, transeúnte, no se le ocurra llamar a los bomberos para que me suban de nuevo a mi pedestal.

Me siento a su lado y continúa en el uso de la palabra:

-No achaque usted a la magia que aproveche las altas horas de la noche, sin tráfico rodado, sin peatones, para desentumecerme de esta inmovilidad a que me obligan.

-Los tiemos han cambiado, don José.

-¡Cómo que si han cambiado! Quién iba a decirme que a un recinto con césped, donde se juega al fútbol, se le iba a dar mi nombre y mi apellido.

-¿No es usted partidario de este deporte?

-Lo creo interesante para aquellos que aciertan en las quinielas. Desde el punto sentimental, me pongo muy furioso cuando me entero que el equipo de mi tierra, al Valladolid, le han ido mal los goles en "mi" campo. Por favor, perdone mi tabarra.

-No me aburre en absoluto, don José. Me encanta escucharle.

-No puede imaginarse lo incómoda que resulta la gloria en un monumento a merced de esos pájaros que no tiene donde ir a caer el excremento que sueltan en pleno vuelo más que encima de mí. Sin nadie con quien charlar y con este raído abrigo que soporto.

-Supongo que en invierno le será útil.

-Me preserva, en efecto, de las nieblas que organiza el Pisuerga, pero en verano me hace sudar lo mío.

Empieza a amanecer. Se presienten ciclisas y barrenderos. Con solemne lentitud, don José se reintegra a su sitio. No me dice "hasta la vista". Me ha dicho: "Aquí tiene un amigo. cuando quiera usted mi autógrafo, pídamelo".

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